Una posta histórica

Javier... Jorge... Manuel... Los Prado saben que tienen una cita con la historia. Y, uno a uno, por mandato ineludible de la sangre, los tres acuden a la cita.

El primero en la posta es Javier. Representa la excelsitud. Es un Brummell que seduce fácilmente a Charis. Posee todos los dones. Su inteligencia preclara obtiene un premio de los dioses: una llave maestra que le abre de par en par todas las puertas de la cultura y del humanismo. Como es semejante a ellos, no llega al poder, porque los dioses desconocen las intrigas de los hombres.

Luego sigue Jorge. Se diría que es un gladiador que desafía a las fieras en el circo romano. Una tarde, entra a la Plaza 2 de Mayo en carro descubierto. Lo reciben a sangre y fuego. Mientras silban las balas, él continúa imperturbable. Pero tampoco llega, porque el valor no basta.

El último relevo es Manuel. Aprende taumaturgia en una academia criolla. Se doctora en ciencias políticas exactas y conoce radiográficamente tanto las virtudes como las debilidades de los hombres. Es una especie de Maquiavello reencarnado en los trópicos. Con tal bagaje, él sí llega a la meta. Se da el lujo de romper dos veces la cinta del destino. La primera, el 39, por el escamoteo de un hombre; la segunda, el 56, por el escamoteo de un partido.

Pero el político nato que utiliza por igual a amigos y a enemigos, es superado por el hombre. Por el hombre que tiene “una misión sagrada que cumplir”. Ante ella, su existencia misma no cuenta. Es el romántico que se entrega plenamente a la reivindicación de dos seres: el hombre que le dio la vida y la mujer que le da la vida.

A fin de lograrlo, no se detiene ante nada. En el primer caso, rectifica la conciencia histórica de un pueblo. En el segundo, sacude la conciencia religiosa de una Nación.

Borra del reverso de la medalla la leyenda negra del 79, y deja en el anverso únicamente, la efemérides épica: el 2 de Mayo.

En cuanto a ella, la pasea en triunfo por las capitales de Europa, América y Asia. Va como su acompañante. Quiere sentir la fruición íntima de presenciar cómo los pueblos de la Tierra le rinden pleitesía.

Para el Gobernante, la medalla del Congreso.

Para el hombre, para el romántico, otra medalla con otra inscripción: Por su estirpe y por su dama.

Correo, 19 de agosto de 1968

No hay comentarios:

Publicar un comentario