No se caracteriza el mundo industrializado por su acrisolada honradez. Como arma de penetración económica, usa el soborno para horadar las conciencias. Un príncipe consorte, consagrado al bienestar de los animales, transige con fabricantes de aviones que rompen a la vez heterogéneas barreras: la del sonido y las llamadas morales. Un ministro de un país que se ha hecho vertiginosamente grande con hombres pequeños, quebranta las normas del "bushido", tal vez el más puntilloso entre los códigos de honor, para ser obsecuente con los planes de expansión de esos mismos fabricantes...
Entre la deshonestidad y el despilfarro hay gran distancia. Sin embargo, producen en los países pobres los mismos efectos. Un Sha compra en Londres tres mil libras esterlinas de chocolates; un Emir encarga a su agente que adquiera Fort Knox, con oro y todo, para regalárselo a uno de sus hijos; un Califa agota las existencias de Cartier en París para cubrir de alhajas a las mujeres de su harén. Tratamos de justificar estas actitudes, por solidaridad hemisférica; porque es sabido que el jardín de Alá no tiene espinas y porque, entre ellos, la poligamia es cuestión "de jure". A diferencia de Occidente, donde la cuestión es "de facto".
Es evidente que no podemos arrojar la primera piedra. Nuestra arena política, desde Río Grande hasta el Cabo de Hornos, ha sido imantada por Midas, ese monarca tan difícil de derrocar. Son tristemente célebres los nombres de los mandatarios en Centro y Sud-América que han amasado en el poder enormes fortunas. Casi siempre quedan impunes. Los números, que debían marcar sus prontuarios y sus fotografías, sirven para ocultar sus cuentas bancarias. Las acoge un país privilegiado donde, desde Guillermo Tell, no se dispara ni un arco ni un fusil.
No está inmunizado contra la corrupción el mundo socialista. Brheznev posee un buen número de automóviles de carrera de manufactura europea y no sabemos si la viuda de Mao aún dispone de su variado vestuario de modelos franceses.
La teoría del espacio-tiempo histórico es aplicable a los delitos contra el patrimonio en agravio del Estado. La malversación de un millón de dólares en el país más rico del orbe es muchísimo menos grave que la apropiación ilícita de una cantidad equivalente en pesos, sucres o soles. En los países donde estas monedas tienen curso legal, faltan camas en los hospitales y libros y hasta lápices en las escuelas.
Hace poco señalábamos que, entre nosotros, en tiempos recientes, los delitos eran considerados enfermedades porque quienes los cometían iban a las clínicas y no a las cárceles. Siendo múltiples y complejas las causas de nuestro atraso, es indudable que la deshonestidad ha jugado un rol preponderante.
No sabemos a ciencia cierta cuántos mundos hay. Si los dos gigantes conforman el primero y los siete países grandes el segundo, debemos estar insertos en el tercero aunque nada nos afectaría que nos colocaran en el cuarto. La posición tiene sólo un valor referencial. Lo que realmente importa es conocer el punto de partida.
Para los sofistas, Aquiles y la tortuga recorren en tiempos iguales distancias iguales. Para los que quieren ver claro aunque les duela la luz, se trata de aspirar, con el máximo de esfuerzo, a que no se haga más profunda la brecha.
Hay un trípode sibilino: Trabajo, honradez, técnica. Una atmósfera única: la libertad. Una sola palanca: la fe. Porque la estrella que hace veinte siglos siguieron los pastores, pese al marxismo, alumbra todavía...
INÉDITO
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