Mi abuela no ha sido la abuela gruñona
La achacosa anciana de las mil chocheces
No ha sido irascible ni ha sido mandona
Como suelen serlo todas las vejeces.
Ella fue tan buena, que Dios fue piadoso
Y que fuera quiso menuda y bonita,
Sin piel agrietada ni color terroso,
Cual si alguna niña se hiciera abuelita.
Me parece verla con su chal violeta,
Las facciones finas, el pelo de nieve,
Llena de dulzura, la mirada quieta,
Y muy ágil, muy queda, muy suave, muy leve.
Había tal simpatía y serenidad tanta,
En la pura flor de luz de su sonrisa,
Que su expresión era mucho más santa,
Que la del San José de su repisa.
Cuando la viejita con bríos de moza,
La casa paseaba con paso ligero,
Dejándola iba feliz y olorosa,
Del agua colonia que está en su ropero.
Era mamamama mimada y mimosa,
De bondades era pródigo reguero,
De sabios consejos harto generosa,
Y de mis antojos era el despensero.
Su mínima y azul cajita milagrosa,
Era otra gallina de los huevos de oro,
Pues aunque hacía oficio de gotera,
Nunca se acababa su tesoro.
Era prodigioso que estuviera llena,
Abastecida por renta tan escasa,
Que alcanzaba apenas la quincena,
A cubrir los mil gastos de la casa.
Cuando las ruinas del recuerdo tiento,
Me parece – lucecita entre neblinas –
Una ingrávida abuelita de algún cuento,
Repartiendo sonrisas y propinas.
Su cuerpo, que de su alma tuvo celos,
Manteníase de la dieta más sencilla,
Y de postre comía caramelos,
De anís, de limón y de vainilla.
Sólo tuvo un venialísimo pecado,
El coqueto y gracioso de ser presumida,
Del que es testigo su espejo biselado,
Que no fue pecadora arrepentida.
Para hacer de una frase la parodia profana,
Al enjuiciar las santas que los Papas nos dan,
Volterizaría, “no son todas las que están”,
E invocando el recuerdo de mi abuela galana,
Me dictaría el corazón,
“Ni están todas las que son”.
Silencioso y contrito, arrodillado en mi cama,
De noche le pido a santa mamamama,
E imaginariamente, después de mi rezo,
Me da su bendición, y luego, un beso.
La achacosa anciana de las mil chocheces
No ha sido irascible ni ha sido mandona
Como suelen serlo todas las vejeces.
Ella fue tan buena, que Dios fue piadoso
Y que fuera quiso menuda y bonita,
Sin piel agrietada ni color terroso,
Cual si alguna niña se hiciera abuelita.
Me parece verla con su chal violeta,
Las facciones finas, el pelo de nieve,
Llena de dulzura, la mirada quieta,
Y muy ágil, muy queda, muy suave, muy leve.
Había tal simpatía y serenidad tanta,
En la pura flor de luz de su sonrisa,
Que su expresión era mucho más santa,
Que la del San José de su repisa.
Cuando la viejita con bríos de moza,
La casa paseaba con paso ligero,
Dejándola iba feliz y olorosa,
Del agua colonia que está en su ropero.
Era mamamama mimada y mimosa,
De bondades era pródigo reguero,
De sabios consejos harto generosa,
Y de mis antojos era el despensero.
Su mínima y azul cajita milagrosa,
Era otra gallina de los huevos de oro,
Pues aunque hacía oficio de gotera,
Nunca se acababa su tesoro.
Era prodigioso que estuviera llena,
Abastecida por renta tan escasa,
Que alcanzaba apenas la quincena,
A cubrir los mil gastos de la casa.
Cuando las ruinas del recuerdo tiento,
Me parece – lucecita entre neblinas –
Una ingrávida abuelita de algún cuento,
Repartiendo sonrisas y propinas.
Su cuerpo, que de su alma tuvo celos,
Manteníase de la dieta más sencilla,
Y de postre comía caramelos,
De anís, de limón y de vainilla.
Sólo tuvo un venialísimo pecado,
El coqueto y gracioso de ser presumida,
Del que es testigo su espejo biselado,
Que no fue pecadora arrepentida.
Para hacer de una frase la parodia profana,
Al enjuiciar las santas que los Papas nos dan,
Volterizaría, “no son todas las que están”,
E invocando el recuerdo de mi abuela galana,
Me dictaría el corazón,
“Ni están todas las que son”.
Silencioso y contrito, arrodillado en mi cama,
De noche le pido a santa mamamama,
E imaginariamente, después de mi rezo,
Me da su bendición, y luego, un beso.
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