Según expresión de Basadre, frente a los Estados Unidos de América del Norte, están los Estados Desunidos de América del Sur. El separatismo del conjunto es reflejo del de las unidades políticas que lo desintegran. Todas ellas tienen el común denominador de países subdesarrollados y constituyen, con las naciones del Africa y algunas del Asia, lo que se ha denominado despectivamente el Tercer Mundo o Mundo Marginal.
Dentro de América Latina, es en el Perú donde es más tensa y dramática la proclividad al cisma. Todo nos desune y nos aísla: los Andes constituyen para algunos una fatalidad geográfica. El factor étnico ha urdido un mosaico policromado de razas. El lingüístico ha creado una pequeña Babel con la confusión de tres lenguas e infinidad de dialectos y, por último, frente a frente, en dualidad disolvente o en síntesis fecunda, la cultura autóctona con sus valores indiscutibles y la cultura hispánica con sus valores eternos.
El Perú fue grande en el Incario. Fue grande también en el Virreinato. No ha llegado a serlo aún en la República. ¿Por qué?...
Porque si se ha mantenido a duras penas la unidad política, no se ha logrado hasta ahora la unidad espiritual.
Ha conspirado contra ella, precisamente, esa terca, esa sórdida y suicida vocación de cisma. A lo largo de toda la historia republicana, aparece una y otra vez, empecinadamente, planteando la separación de los peruanos en facciones, en términos violentos de dilema y de disyunción, de enfrentamiento irreconciliable y excluyente. Se ha llegado hasta preferir al enemigo exterior: “Primero los chilenos que Piérola”... “Antes los comunistas que Beltrán”...
Esta verruga espiritual del Perú tiene ahora brotes nuevos. Hay verbos de nuevo cuño que traban las lenguas y, sobre todo, la acción: “despresidencializar” y “desparlamentarizar”. Si se conjuga el primero, se lleva al país a la anarquía de las asambleas. Si el segundo, se crea la dictadura. En cualquiera de los dos casos se está jugando con fuego y pueden arder y extinguirse las esperanzas de todos en los altos destinos del Perú.
Frente a los partidos políticos, reunidos en las dos facciones en pugna, la Alianza y la Coalición, los hombres que trabajamos en el Perú y para el Perú, que no pertenecemos a la una ni a la otra y que sentimos esta tierra nuestra como tierra de promisión, tenemos el derecho de hacer una invocación a la serenidad, a la cordura y al patriotismo. Creemos que tanto en uno como en otro bando hay hombres de valer que pueden escuchar buenas razones. Hemos comprobado inclusive que, en la mayoría de los casos, como decía Renán, “es el talento que combate al talento y la honestidad que denigra a la honestidad”...
El plebiscito es innecesario. Está en la conciencia de todos que la gran mayoría de los peruanos respalda al Presidente. Aun los que no confiábamos en el señor Belaúnde por considerar su posición exagerada y peligrosamente izquierdizante, hoy le brindamos nuestro sincero apoyo por las pruebas que ha dado en sus tres años de gobierno: madurez indiscutible, sagacidad política e indeclinable vocación democrática, gran capacidad de trabajo, clara visión de nuestros problemas, auténtica emoción social y, por encima de todo, concepción del Perú en términos de grandeza.
Es innecesario el plebiscito, repetimos, en cuanto al señor Belaúnde. Pero tal vez lo sea o puede llegar a serlo, en cuanto a los “termocéfalos”. No son ciertamente una exclusiva de la Alianza. Los hay también en la Coalición. Pero la mayor concentración de ellos, está en el grupo que, salvo honrosísimas excepciones, no son ni demócratas ni cristianos. Es cierto que nadie lo es. “El único cristiano fue Cristo”. Todos los demás, tratamos de serlo. Pero si no llegamos al amor que es la caridad, ensayamos por lo menos la tolerancia que es “la caridad de la inteligencia”. Los “termocéfalos” de ambas facciones, en la selvática explosión de denuestos e imprecaciones que escuchamos y leemos todos los días, han caído en el juego artero del comunismo. El comunismo tiene la capacidad proteica de cambiar de forma. Hace unos meses adoptó la táctica abierta de las guerrillas, de las que nos salvó la unidad inquebrantable y aleccionadora de nuestras Fuerzas Armadas. Hace pocos días usó la táctica subrepticia de una huelga en la que produjo derramamiento de sangre. Parece que ha logrado su objetivo: Convertir al Perú en “un trozo del planeta por donde pasa, errante, la sombra de Caín”...
Hace ya algunos años, Federico More proponía, refiriéndose a los miembros de un partido que ha recorrido ya su camino de redención, mandarlos a la selva para que se mataran entre ellos. Tal vez sea esa la terapéutica: desbrozar de “termocéfalos” los partidos y enviarlos a la selva. Pero no para que se eliminen entre ellos, como quería More, sino con la esperanza de que se conviertan, como quería Piérola, en “gigantes del esfuerzo y del trabajo” al auscultar allí el latido nuevo de “un Perú que despierta”.
Dentro de América Latina, es en el Perú donde es más tensa y dramática la proclividad al cisma. Todo nos desune y nos aísla: los Andes constituyen para algunos una fatalidad geográfica. El factor étnico ha urdido un mosaico policromado de razas. El lingüístico ha creado una pequeña Babel con la confusión de tres lenguas e infinidad de dialectos y, por último, frente a frente, en dualidad disolvente o en síntesis fecunda, la cultura autóctona con sus valores indiscutibles y la cultura hispánica con sus valores eternos.
El Perú fue grande en el Incario. Fue grande también en el Virreinato. No ha llegado a serlo aún en la República. ¿Por qué?...
Porque si se ha mantenido a duras penas la unidad política, no se ha logrado hasta ahora la unidad espiritual.
Ha conspirado contra ella, precisamente, esa terca, esa sórdida y suicida vocación de cisma. A lo largo de toda la historia republicana, aparece una y otra vez, empecinadamente, planteando la separación de los peruanos en facciones, en términos violentos de dilema y de disyunción, de enfrentamiento irreconciliable y excluyente. Se ha llegado hasta preferir al enemigo exterior: “Primero los chilenos que Piérola”... “Antes los comunistas que Beltrán”...
Esta verruga espiritual del Perú tiene ahora brotes nuevos. Hay verbos de nuevo cuño que traban las lenguas y, sobre todo, la acción: “despresidencializar” y “desparlamentarizar”. Si se conjuga el primero, se lleva al país a la anarquía de las asambleas. Si el segundo, se crea la dictadura. En cualquiera de los dos casos se está jugando con fuego y pueden arder y extinguirse las esperanzas de todos en los altos destinos del Perú.
Frente a los partidos políticos, reunidos en las dos facciones en pugna, la Alianza y la Coalición, los hombres que trabajamos en el Perú y para el Perú, que no pertenecemos a la una ni a la otra y que sentimos esta tierra nuestra como tierra de promisión, tenemos el derecho de hacer una invocación a la serenidad, a la cordura y al patriotismo. Creemos que tanto en uno como en otro bando hay hombres de valer que pueden escuchar buenas razones. Hemos comprobado inclusive que, en la mayoría de los casos, como decía Renán, “es el talento que combate al talento y la honestidad que denigra a la honestidad”...
El plebiscito es innecesario. Está en la conciencia de todos que la gran mayoría de los peruanos respalda al Presidente. Aun los que no confiábamos en el señor Belaúnde por considerar su posición exagerada y peligrosamente izquierdizante, hoy le brindamos nuestro sincero apoyo por las pruebas que ha dado en sus tres años de gobierno: madurez indiscutible, sagacidad política e indeclinable vocación democrática, gran capacidad de trabajo, clara visión de nuestros problemas, auténtica emoción social y, por encima de todo, concepción del Perú en términos de grandeza.
Es innecesario el plebiscito, repetimos, en cuanto al señor Belaúnde. Pero tal vez lo sea o puede llegar a serlo, en cuanto a los “termocéfalos”. No son ciertamente una exclusiva de la Alianza. Los hay también en la Coalición. Pero la mayor concentración de ellos, está en el grupo que, salvo honrosísimas excepciones, no son ni demócratas ni cristianos. Es cierto que nadie lo es. “El único cristiano fue Cristo”. Todos los demás, tratamos de serlo. Pero si no llegamos al amor que es la caridad, ensayamos por lo menos la tolerancia que es “la caridad de la inteligencia”. Los “termocéfalos” de ambas facciones, en la selvática explosión de denuestos e imprecaciones que escuchamos y leemos todos los días, han caído en el juego artero del comunismo. El comunismo tiene la capacidad proteica de cambiar de forma. Hace unos meses adoptó la táctica abierta de las guerrillas, de las que nos salvó la unidad inquebrantable y aleccionadora de nuestras Fuerzas Armadas. Hace pocos días usó la táctica subrepticia de una huelga en la que produjo derramamiento de sangre. Parece que ha logrado su objetivo: Convertir al Perú en “un trozo del planeta por donde pasa, errante, la sombra de Caín”...
Hace ya algunos años, Federico More proponía, refiriéndose a los miembros de un partido que ha recorrido ya su camino de redención, mandarlos a la selva para que se mataran entre ellos. Tal vez sea esa la terapéutica: desbrozar de “termocéfalos” los partidos y enviarlos a la selva. Pero no para que se eliminen entre ellos, como quería More, sino con la esperanza de que se conviertan, como quería Piérola, en “gigantes del esfuerzo y del trabajo” al auscultar allí el latido nuevo de “un Perú que despierta”.
Correo, 12 de Noviembre de 1968
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