Era muy gorda de niña. Casi obesa. Con algunos dientes salidos. La llamaban la Rosona.
Poco a poco, a base de tesón, se fue espigando. Al cumplir los 15, ya era esbelta y había doblegado la indócil dentadura. Con la pizca de belleza recibida, se dio maña para revestir de gracia su figura. Fue cuajando, sin hacerlo notar, una personalidad fascinante: claro el discernimiento; sin pliegues la voluntad; cálida, inextinguible la alegría. Se diría que la había el Nazareno regalado un talismán. A todos repartía (sin parar mientes en clases o colores) optimismo y gusto de vivir.
A los veintiún años, sólo Dios sabe por qué, la abatieron de un solo tajo... (el golpe artero o anonada o abre trocha, allí dentro, a la oración; no en busca de cómodos milagros sino de nuevos bríos para la lucha infinita).
Desde siempre he asociado a Rosa con los niños de San Juan de Dios. Estos niños empecinados en la lucha y en vencer son incuestionablemente sus pares. Parten con desventaja pero recurren a los supremos resortes de la tenacidad y de la fe. Salvan dificultades semejantes a montañas y, desde el fondo mismo del infortunio, logran levantarse sonriendo (tienen prisa por descubrir esa tierra incógnita que es la vida).
¿Qué es el Hogar Clínica San Juan de Dios? Hasta ayer, una isla solitaria de esperanza rodeada de indiferencia por todos lados. Recién descubrimos que es fuente de energía. De los niños que este Hogar acoge tenemos mucho que aprender. Han llegado a entender la vida como voluntad y no como destino. Nos pueden ayudar más que nosotros a ellos. Por eso todos los meses, desde que nuevamente puedo, pago al Hogar Clínica por las lecciones recibidas. Son lecciones insustituibles de perseverancia y de coraje.
Héctor se llama el niño que los representa a todos. Encarna la más genuina y desbordante simpatía humana. Está hecho de ñeque y de luz. Por ahora, se desplaza mediante aparatos ortopédicos. Pero pronto, nadie lo dude, él caminará.
Tal vez más tarde, al igual que Héctor de la Iliada, combatirá por su ciudad y por su nación. Ella también, cuando "haya caído el telón de la farsa", cuando haya salido al fin todo el pus, ella, también se levantará purificada.
El Observador, 13 de diciembre de 1981
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