Con fines de exportación, en Escocia enlatan el aire. No es tan fácil envasar el espíritu de una revolución. Se pierde en el proceso la chispa que la enciende y la catarsis que genera.
Toca a los constituyentes trasegar lo positivo de la revolución al magno cuerpo de las leyes. A no dudarlo, han de extraer de la primera fase un solo paradigma: el gesto altivo que toma Talara y rescata la dignidad para todos, largo tiempo pisoteada... De las tres reformas básicas justificadamente emprendidas -agro, empresa, educación, seguramente habrán de continuarlas, corrigiendo yerros y limando excesos.
Sería absurdo suponer que, inadvirtiendo los signos de los tiempos, pretendan retrotraernos al irrespirable ambiente de la sumisión y la feudalidad... En cuanto a la iniciativa privada, reducida y agobiada por el Estado rinoceronte, es presumible que los constituyentes le alcancen el bocado tras largos años de bozal. Tal vez, atraídos por un proyecto nacional libremente concebido y técnicamente estructurado, los talentos y capitales evadidos durante la primera fase, se reincorporarán, porque es destino de los sísifos volver a subir a la montaña...
Complementaria, aunque prioritariamente, será preciso instituir en un precepto constitucional, con carácter permanente, la indexación, a base de significativas variables económicas. Los sueldos y salarios estarán sujetos a regulaciones periódicas para marchar de acuerdo con el costo de la vida. La reactivación económica es lenta porque producen menos los estómagos vacíos. Aunque la verdadera razón es más honda y más alta: no es cristiano, no es compatible con el prestigio del hombre, llevar la carga del hambre de tantos, impunemente, sobre la conciencia...
Al deslindar las responsabilidades de ambas fases de la revolución, unidas sólo por el nexo de la lealtad institucional, deberán los constituyentes hacer gala de la mayor serenidad. El momento es el menos oportuno para jugar con fuego... Los protagonistas de la primera fase, actúan a empujones en lo que atañe a lo social. En su afán de precipitar el cambio de las estructuras, no atina a "salvar la subtaneidad del tránsito". Carecen del sentido de medida, de ritmo, de perspectiva. Rompen espinazos unas veces indiscriminada y otras innecesariamente.
Juzgada por muchos la primera fase como una infausta tiranía, de ella quedará de todos modos una impronta y no una simple voluntad de cambio... En el campo económico, revelan para mal de todos un difícilmente superable talento natural para el desastre. Son sin lugar a dudas los incubadores de la crisis actual sin precedentes.
La segunda fase tiene otro enfoque. Nos merece respeto. Tan pronto se produce el relevo, licencian a la pléyade de favoritos palaciegos; cambian el insulto y la propagación del odio por la sindéresis; convierten la demagogia (aunque con extrema lentitud), en realismo; abren el camino para el retorno a la democracia. No, no es justo echar en el mismo saco a todos los militares... A juicio de algunos políticos, una especie de fatalidad histórica nos condenaría a civiles y militares a una sempiterna enemistad... Tal aserto, más que brote del apasionamiento, refle a una aberración y hasta un complejo. Tendríamos que imaginarnos víctimas de algún "pathos" extraño que nos arrastrara ciegamente a la disgregación y al caos... Siguiendo la misma línea de pensamiento, aflora una lección: ninguna persona, institución o partido, podrá abrogarse un rol mesiánico. El Perú de mañana, en su cohesión máxima que equivale a su mayor estatura, habrá de ser forjado mediante el esfuerzo de todos y la más estrecha y dinámica colaboración entre civiles y militares.
¿O es que esperan salvaguardar nuestra heredad, cuya vulnerabilidad geopolítica es evidente, con las futuras milicias de Hugo Blanco?...
Toca a los constituyentes trasegar lo positivo de la revolución al magno cuerpo de las leyes. A no dudarlo, han de extraer de la primera fase un solo paradigma: el gesto altivo que toma Talara y rescata la dignidad para todos, largo tiempo pisoteada... De las tres reformas básicas justificadamente emprendidas -agro, empresa, educación, seguramente habrán de continuarlas, corrigiendo yerros y limando excesos.
Sería absurdo suponer que, inadvirtiendo los signos de los tiempos, pretendan retrotraernos al irrespirable ambiente de la sumisión y la feudalidad... En cuanto a la iniciativa privada, reducida y agobiada por el Estado rinoceronte, es presumible que los constituyentes le alcancen el bocado tras largos años de bozal. Tal vez, atraídos por un proyecto nacional libremente concebido y técnicamente estructurado, los talentos y capitales evadidos durante la primera fase, se reincorporarán, porque es destino de los sísifos volver a subir a la montaña...
Complementaria, aunque prioritariamente, será preciso instituir en un precepto constitucional, con carácter permanente, la indexación, a base de significativas variables económicas. Los sueldos y salarios estarán sujetos a regulaciones periódicas para marchar de acuerdo con el costo de la vida. La reactivación económica es lenta porque producen menos los estómagos vacíos. Aunque la verdadera razón es más honda y más alta: no es cristiano, no es compatible con el prestigio del hombre, llevar la carga del hambre de tantos, impunemente, sobre la conciencia...
Al deslindar las responsabilidades de ambas fases de la revolución, unidas sólo por el nexo de la lealtad institucional, deberán los constituyentes hacer gala de la mayor serenidad. El momento es el menos oportuno para jugar con fuego... Los protagonistas de la primera fase, actúan a empujones en lo que atañe a lo social. En su afán de precipitar el cambio de las estructuras, no atina a "salvar la subtaneidad del tránsito". Carecen del sentido de medida, de ritmo, de perspectiva. Rompen espinazos unas veces indiscriminada y otras innecesariamente.
Juzgada por muchos la primera fase como una infausta tiranía, de ella quedará de todos modos una impronta y no una simple voluntad de cambio... En el campo económico, revelan para mal de todos un difícilmente superable talento natural para el desastre. Son sin lugar a dudas los incubadores de la crisis actual sin precedentes.
La segunda fase tiene otro enfoque. Nos merece respeto. Tan pronto se produce el relevo, licencian a la pléyade de favoritos palaciegos; cambian el insulto y la propagación del odio por la sindéresis; convierten la demagogia (aunque con extrema lentitud), en realismo; abren el camino para el retorno a la democracia. No, no es justo echar en el mismo saco a todos los militares... A juicio de algunos políticos, una especie de fatalidad histórica nos condenaría a civiles y militares a una sempiterna enemistad... Tal aserto, más que brote del apasionamiento, refle a una aberración y hasta un complejo. Tendríamos que imaginarnos víctimas de algún "pathos" extraño que nos arrastrara ciegamente a la disgregación y al caos... Siguiendo la misma línea de pensamiento, aflora una lección: ninguna persona, institución o partido, podrá abrogarse un rol mesiánico. El Perú de mañana, en su cohesión máxima que equivale a su mayor estatura, habrá de ser forjado mediante el esfuerzo de todos y la más estrecha y dinámica colaboración entre civiles y militares.
¿O es que esperan salvaguardar nuestra heredad, cuya vulnerabilidad geopolítica es evidente, con las futuras milicias de Hugo Blanco?...
La Prensa, 22 de setiembre de 1978
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