Don Pedro Emilio Zuzunaga

Cuántos caballos de fuerza, cuánta bonhomía, cuánta profunda y desbordante simpatía humana en este hombre singular que fue tan recio, tan macizo en su contextura y en sus convicciones, como si un monolito del Ande, de pronto, cobrara vida.


"Qué señorío en el decir y en el obrar", usando para el retrato, la pluma de Azorín.

Siendo infatigable hombre de empresa, en sus pocas horas de ocio, pulsaba la guitarra. Era pues creador de trabajo y promotor de alegría.

Increíble que, por ojos tan pequeños, se asomara tanta alma.

En la ciudad de la nevada, fue antípoda del esplín.

En la tierra del éxodo, fue sedentario por vocación telúrica.

Enraizado en el ambiente, mimetizado en el paisaje, se fueron trasegando hacia él, en la íntima comunión del hombre y de la tierra, hasta quedar por completo aprisionados en su espíritu, el color del sillar, la luz siempre nueva del relámpago, y el ímpetu viril que reclama ese vientre fecundo que no se cansa de dar a luz revoluciones.

Entendió la vida como tarea y como ofrenda.

Sobrevivió a varios infartos... Imposible era el trasplante. No hubiera podido encontrarse un corazón a su medida.

Sus amigos nos complaceremos en verlo siempre imaginariamente, esculpido en granito sobre un flanco del Misti, y alumbrado allí por las descargas fulgurantes de su cielo natal.

Al fin y al cabo, él se robó para su vida, como un nuevo Prometeo, todo el fuego del volcán.
Correo, 27 de marzo de 1968

No hay comentarios:

Publicar un comentario