Según Nietzsche, la mujer es apenas la rabona, hecha para el reposo del guerrero. Se caracteriza, agrega Schopenhauer, por los largos cabellos y las ideas cortas. Guillermo II la confina entre cuatro paredes: vestidos, niños, iglesia, cocina.
Hay, sin embargo, excepciones. Otro ideólogo germano, hecho sólo de luz, va al otro extremo. Considera a la mujer superior al hombre cuando, a sus cualidades propias, une la energía.
Recorramos, en busca de la verdad, el camino hacia el pasado. La historia no es una esfinge como suele serlo el sexo débil.
Comencemos por esa isla, ese pedazo de tierra frente a Europa... Nunca tuvo Inglaterra tiempos más gloriosos que bajo la égida de dos mujeres. Esos lapsos estelares, los más largos, llevan sus nombres: la Epoca de Isabel y la Era de Victoria.
Otra Isabel, la de Castilla, en pareja con Fernando de Aragón, realiza la retardada hazaña de la reconquista y en un derroche de vitalidad, típicamente hispánico, vuelca sobre un Nuevo Mundo el genio de la raza. Ambos actúan concertadamente. Así lo confirma el decir: “Tanto monta, monta tanto, Fernando como Isabel”.
Aunque a juzgar por el fervor popular, Isabel monta más. Cuentan que hallándose sitiados en un castillo, los lugareños les llevan ocultamente cuanto pueden: arroz, mariscos, gallinas, legumbres. No dicen pa’ él. Dicen pa’ ella.
Siglos atrás, sobre la Hélade, donde como nunca antes ni después convergen la diafanidad del pensamiento y la belleza de las formas y de la expresión, el denominado Siglo de Pericles podría llamarse también Siglo de Aspasia.
Le es afín Teodora, primera feminista de la historia al lado de Justiniano, el gran codificador, legisla como emperatriz a favor de las cortesanas porque no le es ajeno el amargo secreto de esas vidas.
Conocida es la frase de Pascal: Un centímetro más en la nariz de Cleopatra habría alterado el curso de la historia. En nuestros días, con la cirugía estética, el destino de los hombres y de los pueblos estaría más que nunca a merced de las mujeres.
Geográfica y psíquicamente próxima hallamos a Catalina. Pedro I y Catalina II, autócratas de Todas las Rusias, han sido ungidos por la posteridad con el calificativo de grandes. ¿Cuál fue más?
No sabríamos calibrar el grado de grandeza de los déspotas. Pero Voltaire y Diderot, aunque no desinteresadamente se habrían pronunciado por Catalina. Es justo reconocer que tuvo mucho de Semiramis.
Cabe hacer un tríptico entre las mujeres de Francia: la Doncella de Orleans, Madame de Maintenon, Marie Curie. Y otro, entre nuestras mujeres: Rosa de Lima y las dos Micaleas, la Bastidas y la Villegas. Ambos trípticos pueden parecer irreverentes. Sin embargo, en la economía de los valores eternos, desconcertante aunque humanamente alentadora, un gesto, un solo gesto de desprendimiento de una cortesana puede equivaler a toda una vida impregnada de santidad o a la muerte trágicamente aleccionadora de una mujer heroica.
Hay, sin embargo, excepciones. Otro ideólogo germano, hecho sólo de luz, va al otro extremo. Considera a la mujer superior al hombre cuando, a sus cualidades propias, une la energía.
Recorramos, en busca de la verdad, el camino hacia el pasado. La historia no es una esfinge como suele serlo el sexo débil.
Comencemos por esa isla, ese pedazo de tierra frente a Europa... Nunca tuvo Inglaterra tiempos más gloriosos que bajo la égida de dos mujeres. Esos lapsos estelares, los más largos, llevan sus nombres: la Epoca de Isabel y la Era de Victoria.
Otra Isabel, la de Castilla, en pareja con Fernando de Aragón, realiza la retardada hazaña de la reconquista y en un derroche de vitalidad, típicamente hispánico, vuelca sobre un Nuevo Mundo el genio de la raza. Ambos actúan concertadamente. Así lo confirma el decir: “Tanto monta, monta tanto, Fernando como Isabel”.
Aunque a juzgar por el fervor popular, Isabel monta más. Cuentan que hallándose sitiados en un castillo, los lugareños les llevan ocultamente cuanto pueden: arroz, mariscos, gallinas, legumbres. No dicen pa’ él. Dicen pa’ ella.
Siglos atrás, sobre la Hélade, donde como nunca antes ni después convergen la diafanidad del pensamiento y la belleza de las formas y de la expresión, el denominado Siglo de Pericles podría llamarse también Siglo de Aspasia.
Le es afín Teodora, primera feminista de la historia al lado de Justiniano, el gran codificador, legisla como emperatriz a favor de las cortesanas porque no le es ajeno el amargo secreto de esas vidas.
Conocida es la frase de Pascal: Un centímetro más en la nariz de Cleopatra habría alterado el curso de la historia. En nuestros días, con la cirugía estética, el destino de los hombres y de los pueblos estaría más que nunca a merced de las mujeres.
Geográfica y psíquicamente próxima hallamos a Catalina. Pedro I y Catalina II, autócratas de Todas las Rusias, han sido ungidos por la posteridad con el calificativo de grandes. ¿Cuál fue más?
No sabríamos calibrar el grado de grandeza de los déspotas. Pero Voltaire y Diderot, aunque no desinteresadamente se habrían pronunciado por Catalina. Es justo reconocer que tuvo mucho de Semiramis.
Cabe hacer un tríptico entre las mujeres de Francia: la Doncella de Orleans, Madame de Maintenon, Marie Curie. Y otro, entre nuestras mujeres: Rosa de Lima y las dos Micaleas, la Bastidas y la Villegas. Ambos trípticos pueden parecer irreverentes. Sin embargo, en la economía de los valores eternos, desconcertante aunque humanamente alentadora, un gesto, un solo gesto de desprendimiento de una cortesana puede equivaler a toda una vida impregnada de santidad o a la muerte trágicamente aleccionadora de una mujer heroica.
No es el caso hacer desfilar toda la gama de personalidades femeninas y tipos de mujer desde Mesalina hasta ese milagro de voluntad que es Hellen Keller o desde la Doctora de Avila hasta Simone de Beauvoir, acérrima partidaria del aborto. Porque las mujeres no sólo destacan con luz propia. También iluminan las obras de los hombres. Citemos dos ejemplos:
La mirada de una mujer, desde las riberas del Arno, hace que un florentino solitario y genial convierta el toscano en la lengua más armoniosa entre todas y construya el portento de la Divina Comedia; no tanto para ubicar a sus enemigos políticos en el Infierno, cuanto para llevarla a ella, a Beatriz, al Paraíso.
Un Sha de la India materializa en mármol y alabastro la magia de un sueño y lo hace reflejar en el espejo de agua de un estanque. Erige así la maravilla del Taj Majhal, para perennizar la memoria de Muntaz, su esposa favorita.
Como esposa y amante, la mujer es imán y sortilegio; en su misión de madre, es bálsamo y regazo. Con una personalidad nos abre las heridas; con la otra, las hace cicatrizar. En el primer rol, hurtando la pluma de Federico García Lorca, es la potra de nácar que nos hace recorrer el mejor de los caminos; como matriz de la vida, es un atisbo de Dios desde la Tierra.
Ni esposa ni amante, ni madre, una atrayente y dulce solterona de acero, Florence Nightingale, a quien debemos la concepción de los hospitales modernos y esa pléyade de ángeles de la guarda hechos de carne y hueso, escribía a los 82 años: “Puesto que soy mujer, me interesa cuanto atañe a los hijos de la familia humana”.
Nada, efectivamente, les es ajeno: Son heroínas; María Parado de Bellido, prueba plena de que el temple no es monopolio masculino... Educadoras: María Rosario Araoz... Trabajadoras sociales: la abuelita Dammert, Jane Adams, la señora Rosalía, tres mujeres que entienden la vida como ofrenda... Profesionales: en U.S.A. hay más maestras que maestros; en U.R.S.S. más mujeres que hombres ejercen la medicina... Poetisas que le extraen un nuevo temblor a la belleza: Safo, Elizabeth Barret, Gabriela Mistral... Novelistas: Clorinda Matto de Turner; narradoras a la par que los hombres por los que a veces se hacen pasar: George Elliot Y George Sand...
Hembras con agallas como la Mariscala, o como las Amazonas que se extirpan un seno para ceñirse mejor sus arcos de flechas envenenadas; en contraste, gracias a su capacidad proteica de adoptar mil formas, tienen a la vez la gracia picante de las Tapadas y las transparencias seráficas de la Beatita de Humay... Actrices eximias: Elvira Travesí, María Guerrero, Sarah Bernhardt, que aún en silla de ruedas hace delirar a los públicos.
Son cajas de música original y primorosamente diseñadas, sin el concurso de la costilla nuestra, por las propias manos de Dios... Pianistas como Teresa Quesada, que nos transporta con su maestría y con su encanto; compositoras como Chabuca Granda que echa al vuelo por el mundo sus canciones y universaliza el caballo de paso, el puente, la alameda; cantantes con voces de otras esferas: Imma Summac, Marian Anderson, Lucha Reyes... Son Libertadoras de los Libertadoras: Manuelita Sáenz... Artífices natas de la danza: Isadora Duncan en lo apolíneo y Victoria Santa Cruz en lo dionisíaco logran integrar, plásticamente, el bifronte rostro humano.
Son amas de casa y ejecutivas, secretarias y cosmonautas... Campesinas y trabajadoras de las ciudades, que recién contemplan una inédita alborada... Son conductoras de pueblos: Indira Ghandi en la India, Isabel Perón en la Argentina; hasta ayer, Golda Meier en Israel; en Inglaterra Margareth Thatcher encabeza el partido que dirigiera Winston Churchill... Son revolucionarias desde Flora Tristán hasta la Pasionaria... Colectivamente, ocho mil mujeres obligan a Luis XVI a dejar Versalles por París, donde le espera el cadalso; miles de mujeres ejecutan en Chile, utilizando ollas como instrumentos, el preludio de la marcha fúnebre de Allende.
Revolucionarias y a la vez sibilas que, sin requerir trípode antiguo, poseen el secreto de las anunciaciones. Saben por eso a ciencia cierta las mujeres que ha llegado la hora grande de las sociedades justas, irreductiblemente libres y evangélicamente solidarias; donde el trabajo y la técnica imperen como regla de oro; donde la primacía del espíritu y el gusto de vivir sean una y la misma cosa; donde las parejas humanas, todas, puedan librar “las batallas de amor en campo de plumas”... y no en sórdidos tugurios donde los cuerpos se juntan por la inanición o por el frío.
El índice de los tiempos incorpora definitivamente a la mujer como protagonista de derecho en la epopeya humana. Si fue elegida para la Encarnación, si “vestida la dejó de su hermosura”, si le fue otorgada en exclusiva la corazonada, es ella la llamada a reencarnar el mandato, durante dos milenios preterido, de renovar la faz de la Tierra.
Porque debemos admitirlo, hidalgamente: Nosotros sabemos hacer el amor; ellas saben, además, amar.
Revista Caretas – Suplemento “Espejo” Nº6 Abril – Mayo, 1976
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