No pudo ser un gran político. No tenía acceso a los tanques ni era experto en el manipuleo de utopías.
El mago de las realizaciones portentosas, había de dejar en otros campos su impronta de titán.
Desde su niñez en Tacna y sus mocedades en Trujillo, se fue urdiendo el diálogo fecundo del hombre de destino y el mar. Diálogo entre pares. Por ambos lados, fuerza, empuje, voluntad de poderío, riqueza interior. Eran tantas las afinidades que los interlocutores podían ser intercambiables.
Llegó a ser, sin disputa, el gran capitán de la segunda epopeya del mar. Si la primera cubre de gloria nuestra historia, la segunda coloca al Perú como país pesquero en el primer lugar del mundo.
¿Cuál fue su bagaje?... Una cabeza clara, férrea voluntad, una capacidad extraordinaria de trabajo y un corazón generosamente palpitante. 4 horas de sueño y 20 horas de acción indesmayable.
Sólo así se explica que este hombre singular, desde una humilde buhardilla de un hotel del Norte, de triunfo en triunfo, haya podido llegar a donde quiso.
Digámoslo con Hemingway. Luis Banchero Rossi ha podido ser destruido, pero nunca derrotado. La derrota es nuestra. De todos los peruanos que aún no hemos perdido la capacidad de admirar a cualquier compatriota que, desde abajo, surge y se levanta con el ímpetu arrollador de una ola incontenible. Sin olvidarnos que para Melville, el poeta del mar, cada ola lleva un alma.
Su última morada es el mar. Debe ser el mar. Que se hundan en el piélago sus restos mutilados pero perennemente edificantes, al toque de sirenas de miles de bolicheras. Y, a un tiempo mismo, que se le rindan honores al héroe civil, al gigante del esfuerzo y del trabajo que Piérola reclamaba para esta tierra nuestra, convulsa pero bendita.
Que en el fondo del mar se perpetúe su nombre. Porque “duran más los abismos que las cumbres”.
La Prensa, Enero de 1972
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