Sin la triple corona

Igual que en los primeros mil años de la Iglesia, los dos últimos Papas parecen elegidos por aclamación popular. Al abandonar la tiara –especie de coturno hacia arriba–, los Papas renuncian a la estatura de los dioses. Asumen valientemente la de los hombres comunes y corrientes. Rompen el hielo y acortan la distancia. Aunque pierden en anacrónica majestad, ganan con creces en irradiación espiritual.

Los dos Juan Pablos, sorpresivamente, incursionan en cercado ajeno. Toman el carisma de los políticos que triunfan. Usan estratégicamente los esotéricos resortes de la simpatía. Actualizan un arma poderosa y antigua: la sonrisa. Después de descifrar la enigmática sonrisa del Juan Bautista de Leonardo, la cargan de calor humano y luego la ofrendan a todos, católicos o no, increíblemente próxima. Capturan así, tal vez más que nunca antes en la historia, la imaginación de las multitudes... Van más allá. En la línea humanista del bendito Papa gordo, rescatan el significado pleno de la palabra pontífice: puente tendido entre los hombres.

Ambos, el y Juan Pablo, sientan cátedra de sencillez y de humildad. Nos enseñan que la humildad no nace de actos heroicos; igual que el hilo de agua de la fuente, fluye naturalmente del hombre fuerte.

Uno y otro, los dos Juan Pablos, sufren en carne propia el drama de nuestro tiempo: el dilema de elegir entre la libertad o una problemática justicia social concebida hacia abajo. Albino Luciani, cuyo padre es marxista, siente el desgarramiento inenarrable que produce la sangre cuando se bifurca... Karol Wojtyla, en el ámbito de su nación heroica, Polonia, conoce la amargura de “levantar altares en silencio”... Las líneas de máxima tensión planetaria (Este-Oeste y Norte-Sur), trazan en el orbe los maderos de la Cruz. Los nuevos Papas soportan una sobrecarga emocional tremenda. Por eso es que a algunos (Juan Pablo1º) se les parte el corazón.

A pesar de todo, estos dos Papas con ángel, que agotan cuanto en la existencia hay de intensidad y sentido, de calidad y hondura, no son enemigos del solaz. Juan Pablo 1º, revela un fino y agudo sentido del humor. Advierte a su grey: “Si uno mira muy alto, le duele la nuca”. En sus ratos de ocio, juega con sus amigos a las bochas... Juan Pablo II, deportista y arquero en su juventud, se apasiona por el remo y por el foot-ball.

No son estos Juan Pablos proclives a místicas levitaciones; las dejan para los astronautas. Ellos están comprometidos, aquí abajo, con la angustia y con el hambre, al lado de los desheredados de la Tierra.

Sin embargo, por algo son Papas. Nada ni nadie les puede impedir que, en la soledad del Vaticano, acaricien el sueño milenario del Pastor: hacer del mundo una sola parroquia. 4 mil millones de feligreses libres, esforzados, alegres. Y por qué no, tal vez felices.


La Prensa, 30 de octubre de 1978

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