Prosapia y destino

Si bien no llegan ni al alfabeto ni a la rueda, nuestros antecesores son maestros en el arte de unir. Unen, en la vastedad del Incario, pueblos distintos y distantes; unen indeleblemente los colores a sus telas y utensilios; unen sin argamasa, en fortalezas y templos, piedras inverosímiles... España no se queda atrás. Reconquista su unificación, tras siglos, blandiendo coladas y tizonas... No es mala combinación Pachacútec y el Cid como abolengo.


Pero ocurre que, de pronto, el Perú pierde el rastro de su grandeza. La libertad recién nacida, con muchísimas más aristas que las piedras milenarias, no encaja en el mosaico étnico, económico y social. La república, salvo fulguraciones individuales, es aventura y pandemonium. Civiles y Militares, sistemática y empecinadamente en pugna, montan un drama sesquicentenario. Corre mucha sangre muchas veces. Aunque en tiempos recientes, los civiles hacen mutis apenas los militares irrumpen en la escena. Pocos protagonistas alcanzan, usen terno o uniforme, verdadera estatura. Los más la simulan, alentados por el áulico coro. Unos y otros se aferran arrogantemente a la fórmula excluyente. Nadie intenta descubrir los posibles valores de la complementariedad. Sin embargo, algo grande nos une: la conciencia, dolorosa y edificante, de haber nacido en una nación amputada. Mientras las sucesivas generaciones sientan en carne propia la estocada de Angamos y la puntilla de Huamachuco. El Perú tendría razón de ser. No para embestir sino para que nunca más se nos mutile.

Aunque el pasado proyecte una sombra de recelo entre civiles y militares, no nos dejemos convertir en estatuas de sal. La fatalidad histórica no existe. Civiles y militares podemos y debemos construir al unísono. Erradicaríamos así, la monótona y desquiciante alternabilidad del sufragio y los tanques.

La crisis actual, financiera y económica, cuya gravedad no tiene parangón en lo que va del siglo, plantea un dilema: unirnos o perecer. No interesan ni el origen ni la culpa. Importan el manejo y la salida. Es tentadora la magnitud del reto e imperativo terminar nuestra compleja torre de babel. Es preciso reunir en un apretado haz todas las banderías. Encauzar "todas las sangres" hacia un libre y multánime latido. Preparar el advenimiento al gobierno y al poder de "los gigantes del esfuerzo y del trabajo". Hombres sencillos, prácticos y honestos, capaces y lacónicos. Los hay en todas las tiendas. Es obvio que no son constructores de tierras prometidas. Pero quedará su sello en la nueva sociedad. Ni rezago feudal ni colmena humana. Ni tierra del hambre ni tierra del éxodo.



El Comercio, 17 de enero de 1978

No hay comentarios:

Publicar un comentario