1.94 m. 90 k. Un hombro ligeramente inclinado. Por su oficio de ayudante de carpintero y por la cruz. Tales los datos probables. Sin embargo, qué infinidad de rostros. Desde el divinamente sereno de Velásquez, hasta los humanamente crispados de los teutones. Entre tantos y tantos, ese rostro alucinante que la magia de El Bosco sitúa como una aparición en medio de una multitud rugiente. El Miguel Angel joven modela el rostro de Cristo casi perfecto en la primera Piedad. En la cuarta y última, el Miguel Angel anciano, lo deja exprofesamente inacabado.

Cristo y nuestra madre son como dos vertientes que vienen desde las cumbres y confluyen en lo más empinado del espíritu humano, para hacerlo feraz.
O como dos rejones de luz que vibran enclavados en el morrillo del alma.
Cuando Gabriela Mistral define la belleza como "la sombra de Dios en el universo", está en realidad definiendo a la madre. Porque entre ella y Cristo hay la entrañable afinidad del mismo qué hacer: La co-creación. Por eso es que al darnos su bendición, ella trazaba sobre nuestros pechos, con su diestra, el signo de la cruz.
El Comercio, 9 de mayo de 1976
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