Presente de navidad


Forman legión los que repudian las jerarquías. Pretenden instaurar, en lugar de la guillotina, un universal rasero nivelador. Levantan donde pueden, imitando colmenas, falsos paraísos. Para hacer añicos las tablas de valores, propalan la especie que Dios ha muerto... Sojuzgan en un hato a las multitudes y las unen a la violencia o, más sutilmente, a la mágica farsa de los espejismos (lo doloroso, lo lacerante, es que los jóvenes, a quienes corresponde descubrir el secreto de la historia y el horizonte de la vida, se dejan sorprender por la capa de justicia que recubre la carnada y muerden con vehemencia el anzuelo de los sátrapas)... Privados de libertad, de la que no sienten la menor nostalgia, van desbrozando sin entusiasmo su camino hacia la nada, no en compañía sino al lado de aquellos cuyo destino es hozar o simplemente existir... Al fin y a la postre se rinden sin protesta, entre el bostezo y la náusea, a los gusanos. Todo acaba para ellos cuando les echan tierra en la cara... (Les falta imaginación. Sentido de perspectiva. Capacidad de asombro. No saben o no quieren conciliar el ordenamiento y la osadía. Son desertores de eternidad).

Sobre esa clase de almas no tratamos. Pasamos de largo, como el Dante. Nos referimos a otras, tildadas de ingenuas, que sacan a relucir la garra creadora. La audacia las amamanta y las conduce una estrella. Se empecinan en creer porque alientan una terca vocación de perdurar. A un tiempo mismo combaten (una hipérbole puede sonar igual que un cintarazo) a ese monstruo rampante no previsto en el diseño de la creación: la miseria. Crece más rápidamente que el rinoceronte de Ionesco; tiene más poder que la suma de los megatones del oso soviético y el elefante yanqui; está en trance de devorar, a discreción, sin distinguir entre humildes o levantiscos, a casi dos tercios de los pobladores de la Tierra...

¿Dónde encontrar la causa? Es preciso decirlo sin ambages: principalmente en la incongruencia del catolicismo. Durante siglos, se extravió la hermenéutica (en beneficio de Marx). Nadie dijo nunca que este planeta está condenado a ser nada más que estación de tránsito y sólo un lugar de esperanza. En la mente del Hacedor ha estado siempre presente la idea del banquete, más o menos frugal, donde a cada quien se le asigna un asiento (y donde la cabecera, jamás usurpada, es conferida a la honestidad y al esfuerzo, al trabajo y al talento).

Sorpresivamente, en el tramo final, estos sencillos peregrinos le arrebatan a la ciencia la victoria (no por una cabeza sino por una corazonada). Ganan la apuesta al morir: cuando efectivamente comprueban que la luz interior no se extingue... Desplazan entonces su campo magnético y, pese a la distancia o precisamente por el prestigio que da la lejanía, atraen aún más... Elevan y encienden (o por lo menos tratan), no para dar el testimonio innecesario de que sobreviven, sino porque permanecen fieles a sus más puros designios germinales... Persuaden a trocar el egoísmo en desprendimiento y nos hacen sentir próximo (prójimo) ese ser ajeno, distante y desconocido...
Estas almas señeras actúan sobre los de abajo intensa y diáfanamente... No se sabe si son nuevas cristalizaciones de antiguos amores que echaron raíces o simplemente destellos que el Nazareno desprende. Quizás, ambas cosas.

A tal linaje de almas pertenece Rosa. Nada en ella lleva a pensar en los moldes. Debió hacerla Dios con sus propias manos y en su mejor momento. Día a día ausente por casi medio siglo, no es óbice para que de hecho intervenga en el drama humano (igual que los dioses en la tragedia antigua), a favor de los personajes que le son dilectos... Cada año, invariablemente, Rosa coge al azar una estrella y sin que nadie lo advierta, la pone en mi escritorio, sobre un Nacimiento.


La Prensa, 26 de diciembre de 1979

Los años que sobran

Abundan los escritores en un mundo desorientado, dramáticamente huérfano de ejemplaridades. Sócrates y Cristo no escribieron. Ni siquiera una línea.

La región donde todo está por hacer –América indo-hispana–, es pródiga en literatos y poetas. Puesta a elegir entre las tentaciones de la belleza escrita o la verdad de sufrimiento humano, que es preciso conjurar, opta por lo primero. Sigue la vía irresponsable y fácil. Desnaturaliza sus raíces, falsifica sus posibilidades; empequeñece su destino.

Grávida de promisión, impaciente por cristalizar tras siglo y medio de tanteos, esta América nuestra clama estentóreamente por pioneros, por hombres de acción y garra, con ancha visión de mar y espíritu de frontera. Por hombres nuevos, versiones inéditas de energía y luz, capaces de generar la contracorriente de las migraciones, hasta ahora desencadenadas por el desamparo en agónica busca de refugio. Nuestro vasto suelo latinoamericano reclama promotores gigantes que nos vendan persuasivamente la idea del mejor trueque hacia el porvenir: cambiar ciudades hacinadas y promiscuas (verdaderos hormigueros), por horizontes limpios, de sierras, selvas, mares y campiñas.

Si como lo afirma Goethe “en el principio era la acción”, se trata entonces no tanto de analizar e interpretar exhaustiva y pasivamente el sub-continente, simple menester de escribas. Es cuestión de tentar y lograr –como un seguro de permanencia en la historia–, la total transformación de nuestra rezagada América mestiza... Nos inquieta la aproximación a Marx. Sin embargo, reconociéndole aciertos, existe la imposibilidad humana de vivir sin libertad y sin Dios.

No importa que nos tilden de positivistas. Unicamente el trabajo y la técnica –impregnados de mística–, poseen el secreto de los milagros. Seamos positivistas hasta que nadie sienta hambre; hasta que todos tengan techo. Entonces, una vez cumplida la titánica tarea, no antes, los refinamientos del espíritu se nos darán por añadidura.

Salvo valores excepcionales -un Vallejo o un García Márquez-, los demás tenemos que renunciar a lo que ancestralmente amamos: las bellas frases inútiles. O hacemos el sacrificio o seguiremos condenados al subdesarrollo.

Sólo después de haber trabajado y generado trabajo durante aproximadamente cincuenta años, puede ser lícito escribir. Al atardecer. En los años que sobran...

(La frase al principio y al fin de estas líneas, literariamente válida, es literalmente falsa. Nunca sobran los años. La vida, que no cesa de acceder y asimilar; que procede por agregación; que es enemiga del desperdicio, jamás cede un ápice en sus fueros. Proteica, adopta todas las formas y se adapta a todas las circunstancias. Cada vez que lo requiere, la vida recurre al espíritu, que prevalece sobre las edades biológicas. No hay por lo tanto años que sobren. Tal vez para un Leopardi, poeta enamorado de la muerte. Para los que nos debatimos en el subdesarrollo, todos son “años de lucha”).

Los que vienen, en extremo difíciles, exigen un esfuerzo ininterrumpido y multánime. A un tiempo mismo, el ejercicio compartido del poder, la actuación al alimón sin precedentes de lo jurídico y lo fáctico, tendrán que converger necesariamente, para la salud de la República, en el punto más alto de tangencia: capacidad, honradez, pragmatismo, austeridad y coraje.




La Prensa, 18 de agosto de 1978

La tentación del ideal

Es en las cabezas claras y en los corazones bien puestos donde le place al ideal hacer sus nidos. Los predestinados que siguen sólo a una estrella, se desprenden de la multitud y “van por el monte solos”. Templados en la soledad de la cumbre, descienden luego de la montaña con sus tablas o con sus metralletas y vuelven a la multitud. Para que los respete o para que los siga.

De esa estirpe de hombres tratan estas líneas. Durruti y Guevara en un plano; Gandhi y Foucauld en otro. Un ensayo de vidas paralelas.

Los cuatro obedecen a la imperativa llamada del ideal. Los cuatro se juegan la vida a una carta: la de su verdad. Los cuatro auscultan, a través de ese infinito que es la mujer, el rumor insondable de la vida. Los cuatro mueren de un balazo, como una efigie.

Hasta allí el denominador común. Enfoquemos las diferencias. Durruti y el Che tienen una única meta: la liberación del hombre. Dios no les interesa. En cambio el Mahatma y Foucauld se identifican con sus semejantes gracias a un profundo sentimiento religioso. Partiendo el primero del hinduismo y el segundo del libertinaje son, tal vez, los que más se aproximan a Cristo en este siglo.

Durruti, obrero metalúrgico, hereda las ideas de Bakunin, mentor del anarquismo. En la década de los treinta hay en España, tierra de rebeldía, más anarquistas que en el resto del mundo. Durruti anhela convertir la península en un polvorín. Lo logra en Barcelona. A sangre y fuego se hace dueño y señor de la ciudad condal por un breve verano. A poco, adviene la guerra civil. Durruti marcha al frente de Aragón a la cabeza de un ejército de anarquistas

Sin disciplina. Sin jerarquías. Nadie obedece a nadie. Sin embargo, en cien escaramuzas y algunas batallas, la voluntad de acero y la mirada de águila de Durruti los lleva a la victoria... Un periodista le inquiere: “Si triunfan, ¿descansarán en un montón de ruinas?” Durruti contesta: “Siempre hemos vivido en barracas y tugurios... Pero no olviden que también sabemos construir. Somos nosotros los que hemos construido los palacios y las ciudades de España, América y en todo el mundo... No tememos a las ruinas... Llevamos un mundo nuevo dentro de nosotros y ese mundo crece a cada instante. Está creciendo mientras yo hablo con Ud.”... Más tarde, en Madrid, a mansalva, lo mata su propia gente.

El Che es aventurero, vendedor, fotógrafo, médico, comienza a leer a Marx ya entrando a la madurez, maestro en guerra de guerrillas, llega a ser Ministro de Industrias y el hombre Nº2 de la Cuba que se sacude del servil Batista. Todo lo deja. Durante dos años nada se sabe de él. Ha estado “puliendo su voluntad con delectación de artista”. De pronto reaparece, jadeante, porque es asmático, en actitud de trepar los Andes.

Pretende convertir el altiplano Boliviano en otra Sierra Maestra. Está convencido que ha llegado la “hora de los hornos” que anunció Martí. La consigna es crear dos, tres, muchos Viet-Nam. Desencadenar, con un núcleo de cincuenta guerrilleros, una operación de envergadura continental. El objetivo final es terminar con los yanquis. Pero los lugareños no saben quiénes son los yanquis. Escribe en su Diario: “Son impenetrables como las rocas... No le creen a uno nada”. El mismo es un extraño, un misti, como los barbudos de la conquista... La aventura del Che termina en el fracaso, con su muerte. No se sabe ni quién lo mata ni dónde muere. Puede ser Higueras o Valle Grande. No tiene la sonoridad de un nombre onomatopéyico, Boyacá o Ituzaingó, como los de la verdadera gesta libertadora.

Las figuras de Durruti y el Che, románticas, de indiscutible hombría, con garra, con aura, atraen irresistiblemente a los jóvenes. Si hablar a la juventud, como lo creía Rodó, “es un género de oratoria sagrada”, conviene hacerles ver que no es preciso prenderle fuego al mundo para liberar al hombre. Hay otros caminos.

Como el que emprende ese hombre físicamente insignificante que se llama Mahatma Gandhi. En su espíritu, que casi no tiene soporte somático, convergen las dos savias: la de Oriente y la de Occidente, y producen la máxima concentración de luz. Genial estratega imperturbable, paso a paso, lentamente, avanza en el camino real de la no violencia y de la resistencia pasiva. Y no ceja hasta derrotar al entonces más poderoso Imperio de la Tierra...

Carlos de Foucauld, a los dieciséis años pierde la fe. Desde ese momento, “cada día, hacia el infierno, baja un escalón”. Va conociendo, como San Agustín en sus años mozos, uno a uno, todos los pecados; aunque la lujuria y la gula son sus predilectos. Gordo y sensual, vegeta en el ejército y, tras algunas fulguraciones de su temperamento febril, lo deja. Le atraen del Africa el desierto y el Sol. Se distingue como explorador y como geógrafo. Fernando de Lesseps lo condecora. A los veintiocho años, escucha nuevamente “el toque de llamada”. Descubre entonces, explorador de otra catadura, la miseria humana, entre el desierto y el Sol. El mismo relámpago que echa por tierra y a la vez levanta a Paulo de Tarso, lo convierte en evangelio viviente, en anacoreta entre los pobres... Desde el faro inextinguible de Tamanrasset, arroja la simiente de las fraternidades, para buscar a su Dios entre los hombres. Surgen a su conjuro de la gleba como en el firmamento las estrellas...

Hurguen los jóvenes en las vidas de estos cuatro hombres, de carne y hueso, que han dejado su impronta en nuestro siglo. Compárenlas. Y dígannos, con la mano en el corazón, si es que son sinceros, cuáles, entre ellos, son los verdaderos sembradores...



El Comercio, 23 de junio de 1976

La pareja nuestra

Ni hispánicos ni incaicos, prefiguran al Perú de hoy y del mañana: mestizo o nada.

A
José Gabriel Condorcanqui y a Micaela Bastidas se les tilda de colaboracionistas. Porque aunque se oponen a los desmanes del corregidor, confían en la equidad del rey. Pero se rectifican, se transforman, se agigantan. No hay entonces poder humano que los detenga. Por vez primera aparece en nuestro horizonte, sacrosanta, la exótica efigie de la libertad.

Se abre paso la luz entre dos surcos de sangre. Hiératicos en el paroxismo del dolor, sobrepasan los límites del aguante humano. Inútil es buscar en la tragedia griega o en los dramas de Shakespeare símil que los contenga. Por algo ostentan en su genealogía a Pachacútec y al Cid.

José Gabriel Condorcanqui o Túpac Amaru, precursor de libertad es símbolo de la revolución. Escribir sobre él equivale a pronunciarse sobre ella. ¿Y por qué no?...

La revolución en marcha, con sus yerros, con sus excesos, con su clima de odios superados, es la más seria y profunda jamás emprendida no sólo en nuestro suelo sino también en el ámbito que
Basadre llama “los Estados Desunidos de la América del Sur”. Tal aserto es inobjetable. Lo que no es verdad es que el Perú comience a gravitar recién el 3 de Octubre de 1968. No todo el pasado fue de oprobio. Nuestra historia, como Túpac Amaru, es indesmentible.

Allí está
Castilla, Lincoln mestizo y estratega del futuro que abarca y domina con su mirada de águila todo el sub-continente... Están Garcilaso, Palma, Unanue... María Parado de Bellido y Daniel Carrión que hacen el trueque de sus vidas por los ideales supremos... Allí están, en Arica, el anciano venerable y el joven impetuoso, Bolognesi y Ugarte, que parecen tener los pies de Aquiles en su carrera hacia la inmortalidad... Proust extrae un mundo de una taza de chocolate; Leoncio Prado, haciendo gala de temple y elegancia, ordena su propia ejecución con un golpe de cuchara en una taza de café... Andrés Avelino Cáceres sólo se arrodilla ante Dios, en la cumbre de los Andes... Están Mariátegui y Vallejo, mesiánicos para algunos y geniales para todos... La abuelita Dammert y la señora Rosalía entregan la vida a los demás en permanente ofrenda... Fitzcarrald abre en la selva los caminos solo... Están Chocano y también Javier Heraud, impaciente por llevarse en un sola verónica, toda la luz de la tarde.

Están Augusto Wiese y Luis Banchero, titanes de la empresa y artífices de trabajo colectivo... Están
Tangüis y Paulet que crean cosas útiles; Tello y Raúl Porras que reviven cosas ciertas y bellas del pasado... Manuel González Prada y José de la Riva Agüero; Víctor Andrés Belaúnde y Manuel Vicente Villarán, cuya clarividencia se proyecta, desde el umbral del siglo, en la nueva Ley de Educación... Están Chávez, Quiñones y Revoredo, que en el nuestro y otros cielos dejan, a manera de rúbricas, su coraje, su sacrificio y su audacia... Está esa pléyade de hombres sin dinero pero con espíritu de frontera que hacen del mar nuestra cuarta región... Y tantos más que, desde el trasfondo de las dos razas hambrientas de síntesis, logran obstinadamente la ejemplaridad... Aunque nos bastaría un nombre, para sentir el orgullo de ser peruanos: el nombre glorioso de Miguel Grau.

Late polvo sideral en nuestras grandes mayorías nacionales, objetivo supremo de la revolución. En
José Olaya, pescador, se cristalizan telúricamente los altos relieves heroicos.

Rosendo Maqui, arquetipo del campesinado del altiplano, desborda la ficción. De polvo sideral se han formado y se forman las galaxias. Esa y no otra es la sagrada misión de las minorías en el Perú, que en adelante deben ser equitativamente integradas en el gobierno por civiles y militares: abrir un abanico de oportunidades, de centros de trabajo, de incitaciones a las grandes mayorías para que de ellas surjan, por el propio esfuerzo y la propia lucha, las futuras minorías rectoras.

Hace algunos años escribíamos en el diario Correo: ”La hombría de bien y la sindéresis conforman nuestra idiosincracia. Son atributos tan nuestros, tan inalienablemente nuestros, como el petróleo y el mar”.

El general Francisco Morales Bermúdez encarna esa hombría de bien. Pocos gobernantes asumen el riesgo, por la salud de la Nación, de devenir impopulares. Pocos tienen el valor de ser limpios en el juego político y de decir la verdad. La entereza de trocar la demagogia en realismo; el despilfarro en austeridad, el insulto en sindéresis.

La divisa para superar las dos crisis, la económica y la de la libertad, está inscrita en nuestro escudo: La Unión. Unión y trabajo. No nos cansaremos de citar la frase de Piérola, “El Perú es tierra hecha para los gigantes del esfuerzo y del trabajo”. Nunca como ahora cala más honda la voz de César Vallejo: “Tenemos, hermanos, muchísimo que hacer”.


El Comercio, 2 de setiembre de 1976

Los símbolos cautivos

Quien fue maestro indiscutido en las normas del Derecho, señala al país el peligro que envuelve la proliferación de las profesiones liberales; quien amó la cultura apasionadamente hace una invocación al sacrificio por dos o tres generaciones e incita a renunciar a la ilustración académica y libresca en aras de lograr, a través de la ciencia y de la técnica, la elevación del nivel de vida de nuestras masas; quien sintió arraigada devoción por las cosas bellas y hasta fue pintor precoz, nos invita a desdeñar la instrucción decorativa y a aceptar la suprema validez del sentido práctico; quien tuvo una concepción apolínea de la vida y anidó en su frente olímpica los más claros pensamientos, aparece, en una de sus más edificantes perspectivas, como el abanderado del hombre de acción, como el panegirista de la empresa, del esfuerzo y del trabajo, como el profeta que, en nuestro inveterado desierto de pronunciamientos hondos y serenos, clama por el advenimiento del hombre nuevo con espíritu de frontera.

Hermosa y fecunda paradoja que brota como vivo manantial de la simbiosis creadora entre la comunidad y el hombre egregio.

Hace siete lustros, en el umbral del siglo, Manuel Vicente Villarán analiza magistralmente las causas de nuestro subdesarrollo y traza, con pasmosa clarividencia, el camino recto hacia el “despegue”. Hay estrellas que no se extinguen; que parecen proceder de otras galaxias. Su estudio: “Las profesiones Liberales en el Perú”, conserva vigencia plena, actualidad palpitante.

A la luz de sus reflexiones, tenemos que revisar e interpretar de nuevo la significación tradicional de nuestros símbolos cautivos.

El monitor de asombro, que no tiene parangón en la historia de las hazañas del mar, no debe ser tanto símbolo del heroísmo de la gloria, cuanto de la pericia. Esta tierra nuestra, heterogénea y convulsa pero bendita, no se cansa de dar héroes. Pero a pesar de ellos, hemos perdido dos guerras con sendas mutilaciones territoriales en el Sur y en el Oriente.

El reloj de torre, que enmudece en manos del raptor, no debe ser tanto símbolo del arte que combina graciosamente figuras plásticas y notas musicales al paso de las horas, cuanto de la técnica.

Pericia y técnica son las palancas en que se apoya la tesis de Villarán para levantar al Perú.

Ahora que la Universidad, a la que dedicó gran parte de su vida, puede dejar de ser incubadora de picos de oro y botín de banderías, tal vez descubra la juventud al auténtico sentido de solidaridad humana que subyace a las ideas aparentemente positivistas de Villarán.

Para un maestro olvidado de nuestra América, “hablar a la juventud es un género de oratoria sagrada”. Despolitizados los claustros, es hora ya de que en ellos resuenen voces nuevas, veraces y vibrantes.

Que escuchen los jóvenes, de labios de quienes sean capaces de predicar con la palabra y con el ejemplo, que deben mantenerse equidistantes, tanto del señor Chauvin, cuyo rostro gesticulante y descompuesto es el reflejo de morbosas cargas emotivas, como de los ideólogos y teorizantes de la extrema izquierda que pretenden hacer su propio juego al magnificar la garra del águila yanqui y al soslayar la zarpa del oso moscovita.

Que sepan los jóvenes que nuestras energías se desgastan en la lucha estéril de los partidos y en la anarquía de los recintos bizantinos y que, prácticamente, “nuestro mundo se ahoga por exceso de palabras”.

Que entiendan los jóvenes que “puede haber mayor efecto civilizador en el martillo y en la llave inglesa que en el alfabeto” y que con la multiplicación de los centros de trabajo se obtiene la expansión del mercado de consumo por un lado y, por el otro, que es lo que más importa, el bienestar, y a través de él, la dignidad del hombre.

Que contemplen los jóvenes a ese puñado de hombres con garra de pioneros y temple de titanes que han ganado para el Perú la IV Región y que, a pesar de que muchos sucumbieron como en la otra gran epopeya del mar de hace 90 años, los más expertos, laboriosos y audaces, han conquistado para nuestro pueblo el trofeo pacífico y bienhechor de una ingente riqueza colectiva.


Correo, 18 de marzo de 1969

Sin la triple corona

Igual que en los primeros mil años de la Iglesia, los dos últimos Papas parecen elegidos por aclamación popular. Al abandonar la tiara –especie de coturno hacia arriba–, los Papas renuncian a la estatura de los dioses. Asumen valientemente la de los hombres comunes y corrientes. Rompen el hielo y acortan la distancia. Aunque pierden en anacrónica majestad, ganan con creces en irradiación espiritual.

Los dos Juan Pablos, sorpresivamente, incursionan en cercado ajeno. Toman el carisma de los políticos que triunfan. Usan estratégicamente los esotéricos resortes de la simpatía. Actualizan un arma poderosa y antigua: la sonrisa. Después de descifrar la enigmática sonrisa del Juan Bautista de Leonardo, la cargan de calor humano y luego la ofrendan a todos, católicos o no, increíblemente próxima. Capturan así, tal vez más que nunca antes en la historia, la imaginación de las multitudes... Van más allá. En la línea humanista del bendito Papa gordo, rescatan el significado pleno de la palabra pontífice: puente tendido entre los hombres.

Ambos, el y Juan Pablo, sientan cátedra de sencillez y de humildad. Nos enseñan que la humildad no nace de actos heroicos; igual que el hilo de agua de la fuente, fluye naturalmente del hombre fuerte.

Uno y otro, los dos Juan Pablos, sufren en carne propia el drama de nuestro tiempo: el dilema de elegir entre la libertad o una problemática justicia social concebida hacia abajo. Albino Luciani, cuyo padre es marxista, siente el desgarramiento inenarrable que produce la sangre cuando se bifurca... Karol Wojtyla, en el ámbito de su nación heroica, Polonia, conoce la amargura de “levantar altares en silencio”... Las líneas de máxima tensión planetaria (Este-Oeste y Norte-Sur), trazan en el orbe los maderos de la Cruz. Los nuevos Papas soportan una sobrecarga emocional tremenda. Por eso es que a algunos (Juan Pablo1º) se les parte el corazón.

A pesar de todo, estos dos Papas con ángel, que agotan cuanto en la existencia hay de intensidad y sentido, de calidad y hondura, no son enemigos del solaz. Juan Pablo 1º, revela un fino y agudo sentido del humor. Advierte a su grey: “Si uno mira muy alto, le duele la nuca”. En sus ratos de ocio, juega con sus amigos a las bochas... Juan Pablo II, deportista y arquero en su juventud, se apasiona por el remo y por el foot-ball.

No son estos Juan Pablos proclives a místicas levitaciones; las dejan para los astronautas. Ellos están comprometidos, aquí abajo, con la angustia y con el hambre, al lado de los desheredados de la Tierra.

Sin embargo, por algo son Papas. Nada ni nadie les puede impedir que, en la soledad del Vaticano, acaricien el sueño milenario del Pastor: hacer del mundo una sola parroquia. 4 mil millones de feligreses libres, esforzados, alegres. Y por qué no, tal vez felices.


La Prensa, 30 de octubre de 1978

El Estado es uno e indivisible

Según expresión de Basadre, frente a los Estados Unidos de América del Norte, están los Estados Desunidos de América del Sur. El separatismo del conjunto es reflejo del de las unidades políticas que lo desintegran. Todas ellas tienen el común denominador de países subdesarrollados y constituyen, con las naciones del Africa y algunas del Asia, lo que se ha denominado despectivamente el Tercer Mundo o Mundo Marginal.

Dentro de América Latina, es en el Perú donde es más tensa y dramática la proclividad al cisma. Todo nos desune y nos aísla: los Andes constituyen para algunos una fatalidad geográfica. El factor étnico ha urdido un mosaico policromado de razas. El lingüístico ha creado una pequeña Babel con la confusión de tres lenguas e infinidad de dialectos y, por último, frente a frente, en dualidad disolvente o en síntesis fecunda, la cultura autóctona con sus valores indiscutibles y la cultura hispánica con sus valores eternos.

El Perú fue grande en el Incario. Fue grande también en el Virreinato. No ha llegado a serlo aún en la República. ¿Por qué?...

Porque si se ha mantenido a duras penas la unidad política, no se ha logrado hasta ahora la unidad espiritual.

Ha conspirado contra ella, precisamente, esa terca, esa sórdida y suicida vocación de cisma. A lo largo de toda la historia republicana, aparece una y otra vez, empecinadamente, planteando la separación de los peruanos en facciones, en términos violentos de dilema y de disyunción, de enfrentamiento irreconciliable y excluyente. Se ha llegado hasta preferir al enemigo exterior: “Primero los chilenos que Piérola”... “Antes los comunistas que Beltrán”...

Esta verruga espiritual del Perú tiene ahora brotes nuevos. Hay verbos de nuevo cuño que traban las lenguas y, sobre todo, la acción: “despresidencializar” y “desparlamentarizar”. Si se conjuga el primero, se lleva al país a la anarquía de las asambleas. Si el segundo, se crea la dictadura. En cualquiera de los dos casos se está jugando con fuego y pueden arder y extinguirse las esperanzas de todos en los altos destinos del Perú.

Frente a los partidos políticos, reunidos en las dos facciones en pugna, la Alianza y la Coalición, los hombres que trabajamos en el Perú y para el Perú, que no pertenecemos a la una ni a la otra y que sentimos esta tierra nuestra como tierra de promisión, tenemos el derecho de hacer una invocación a la serenidad, a la cordura y al patriotismo. Creemos que tanto en uno como en otro bando hay hombres de valer que pueden escuchar buenas razones. Hemos comprobado inclusive que, en la mayoría de los casos, como decía Renán, “es el talento que combate al talento y la honestidad que denigra a la honestidad”...

El plebiscito es innecesario. Está en la conciencia de todos que la gran mayoría de los peruanos respalda al Presidente. Aun los que no confiábamos en el señor Belaúnde por considerar su posición exagerada y peligrosamente izquierdizante, hoy le brindamos nuestro sincero apoyo por las pruebas que ha dado en sus tres años de gobierno: madurez indiscutible, sagacidad política e indeclinable vocación democrática, gran capacidad de trabajo, clara visión de nuestros problemas, auténtica emoción social y, por encima de todo, concepción del Perú en términos de grandeza.

Es innecesario el plebiscito, repetimos, en cuanto al señor Belaúnde. Pero tal vez lo sea o puede llegar a serlo, en cuanto a los “termocéfalos”. No son ciertamente una exclusiva de la Alianza. Los hay también en la Coalición. Pero la mayor concentración de ellos, está en el grupo que, salvo honrosísimas excepciones, no son ni demócratas ni cristianos. Es cierto que nadie lo es. “El único cristiano fue Cristo”. Todos los demás, tratamos de serlo. Pero si no llegamos al amor que es la caridad, ensayamos por lo menos la tolerancia que es “la caridad de la inteligencia”. Los “termocéfalos” de ambas facciones, en la selvática explosión de denuestos e imprecaciones que escuchamos y leemos todos los días, han caído en el juego artero del comunismo. El comunismo tiene la capacidad proteica de cambiar de forma. Hace unos meses adoptó la táctica abierta de las guerrillas, de las que nos salvó la unidad inquebrantable y aleccionadora de nuestras Fuerzas Armadas. Hace pocos días usó la táctica subrepticia de una huelga en la que produjo derramamiento de sangre. Parece que ha logrado su objetivo: Convertir al Perú en “un trozo del planeta por donde pasa, errante, la sombra de Caín”...

Hace ya algunos años, Federico More proponía, refiriéndose a los miembros de un partido que ha recorrido ya su camino de redención, mandarlos a la selva para que se mataran entre ellos. Tal vez sea esa la terapéutica: desbrozar de “termocéfalos” los partidos y enviarlos a la selva. Pero no para que se eliminen entre ellos, como quería More, sino con la esperanza de que se conviertan, como quería Piérola, en “gigantes del esfuerzo y del trabajo” al auscultar allí el latido nuevo de “un Perú que despierta”.

Correo, 12 de Noviembre de 1968

Nuestro infierno

Para llegar al infierno no es necesario descender hasta el centro de la Tierra. Sólo hay que pasar bajo el pórtico del Tercer Mundo. (Casi toda la América Latina, Africa entera y gran parte de Asia. Prácticamente todos los países subdesarrollados están abajo, en el hemisferio austral).

Tal infierno no es la obra de ningún verdugo cósmico. Es producto de los hombres. Tiene únicamente dos círculos: en uno están los condenados a la ignorancia; en el otro, los condenados a la miseria. Los analfabetos y los miserables llegan a construir hasta dos tercios de la especie humana.

Las naciones que están arriba, en el otro hemisferio, viven en un mundo próspero e intelectualmente cultivado, algo así como en un paraíso, pero divididas. Están separadas y contrapuestas por un nuevo maniqueísmo. El que crea Marx, en Occidente, hace más de un siglo, cuando coloca “la primera piedra del monumento al proletario desconocido”. El fogonazo marxista sale por la culata y da en el blanco inesperado de la inconsistencia eslava. Desde entonces, las ciudades, las naciones y el mundo, quedan divididos.

¿Cuál es la alternativa de los países subdesarrollados ante los dos imperialismos ideológicos antagónicos?... ¿Quedar uncidos al carro de guerra, cargado de megatones, de una u otra de las potencias rectoras o vegetar marginalmente en espera de su propio genocidio?...

La India parece haber elegido el segundo camino. Mientras estudia la esterilización obligatoria, ensaya la esterilización voluntaria. Los voluntarios reciben, a cambio de renunciar a su plena varonía, un radio a transistores. Increíble abdicación de una humanidad desconcertante que, ante el fantasma de Malthus, acepta el trueque de aparatos de radio por Ghandis, Tagores y Nehrus potenciales.

Tal vez si la verdadera tragedia de la humanidad resida en que Teilhard de Chardin nace con medio siglo de retraso. Y que no tiene, como Marx, un Lenin.

Los que vivimos en el infierno del Tercer Mundo, no podemos esperar hasta que prenda en los espíritus la concepción grandiosa de Teilhard. Su hermenéutica de luz –diáfana transparencia, a través del prisma de nuestra época, del eterno mensaje vivificante de Cristo- se abre paso muy lentamente en un mundo inmaduro que todavía la refracta.

El peso de la miseria y de la ignorancia es agobiante. Más, mucho más espiritual que materialmente.

Frente a las naciones industrializadas del mundo libre, no estamos obligados ni a amarlas ni mucho menos a admirarlas. Pero sí a reconocer, en nuestro fuero interno insobornable, que las necesitamos. Necesitamos de sus capitales privados y necesitamos de la asimilación de su técnica.
Sólo con ambas cosas podremos salir de nuestro infierno, y tal vez si, en dos o tres generaciones, pasando por el purgatorio, lleguemos a forjar nuestro propio paraíso.



Correo, 24 de junio de 1968

Tres caminos


Al hombre le quedan apenas las uñas como inútil vestigio de las que fueran sus garras. Conserva en cambio intacto, tras milenios, el impulso germinal de la caverna, la fruición del zarpazo.

La agresión roja a la tierra de Mazaryk, nos indigna y nos revuelve. Sin embargo, se enmarca dentro del curso natural de la historia. Los pueblos rectores, los que se autojuzgan mesiánicos, son siempre pueblos de presa. La misma loba los amamanta. Con los tiempos cambian las armas, pero los usuarios no. El hombre nuevo es un nuevo centauro: mitad hombre, mitad tanque.

La confrontación entre Oriente y Occidente, en nuestra hora, desemboca en la perplejidad. En Oriente, se lleva a cabo la purga de Dios; en Occidente, se produce un eclipse de Dios. En Oriente, los hombres dan vueltas en torno a una noria diabólica que pulveriza la libertad; en Occidente, el sol de la justicia no sale para todos. El género humano queda así olvidado en dos subespecies de Polifemos, monstruos de un solo ojo. El avance insospechado de la ciencia los hace sentirse semidioses. Pero semidioses tuertos.

Se nos abren sólo tres caminos:
1) Coexistir en la angustia, nadie sabe hasta cuándo;
2) Inmolarnos de una vez por todas en el holocausto nuclear;
3) Rehacer el mundo.

Hay una energía aún no desencadenada que nos puede guiar por el último sendero. Los sucesores de Pedro en el pasado, se hallaban tan distantes de las multitudes como las estrellas lejanas, cuya luz no nos llega todavía. Los tres últimos Papas se identifican con la humanidad doliente. El actual, Pablo VI, va a la India. Viene a América Latina. Es el Papa de la paz y el defensor de la vida.

Le falta algo, sin embargo, para sacudir las fibras más hondas del ser humano. Dejar su palacio y dejar de ser rey. Ser, como Cristo, hombre entre los hombres. Poner en pública subasta los tesoros del Vaticano. El producto, miles de millones, convertirlo en escuelas y dejar caer, como un nuevo maná inesperado, la instrucción y la cultura sobre el Tercer Mundo.

Se desencadenaría así toda la inmensa energía espiritual latente en el cristianismo primigenio. Y en lugar de surgir un hongo monstruoso sobre el lomo del mundo, los hombres contemplarían un eterno arco iris.

Pablo VI congregaría en el lago de Tiberíades a las dos facciones de Polifemos y allí, vestido con la túnica del Nazareno o con el sayal de nuestro hermano de Asís, lograría por fin la plena integración del hombre, en su cabalidad profunda y en su dimensión infinita.

Allí les daría "pan a los que tienen hambre y hambre a los que tienen pan".




Correo, 10 de setiembre de 1968

Shakespeare y Marx

Nace en tiempos de Isabel. Lo imaginamos cuidando de los caballos, a las puertas del teatro. O sirviendo de ayudante a un carnicero. Parece que entre la pobreza y la miseria lo disputan y, como en el juicio salomónico, pretenden partirlo en dos. Pero al igual que Miguel Angel en la Capilla Sixtina, Shakespeare vuelve a crear el mundo.

Shakespeare une en sí, en fecundo misterio repetido, a tres excelsos demiurgos: Al “homo ludens”, el artista que juega con el vocablo y con la luz; al “homo fáber”, el trabajador que modela infatigablemente, con el cincel de la palabra omnipotente, ficciones imperecederas; al “homo sapiens” el sabio que no va a la universidad pero encuentra en los ojos de las mujeres los verdaderos claustros del saber.

Gracias a Shakespeare no es preciso seguir la odisea de Ulises para “conocer los hombres y las ciudades”. En caravana de asombro, hace desfilar por la escena todas las razas, todos los climas, todas las geografías. Ni el Dante ni Cervantes, sus pares, poseen la universalidad de su genio. No les calza a sus personajes el coturno antiguo porque no le interesa que alcancen la estatura de los dioses. Son plena, trágicamente humanos. No hay ímpetu vital que Shakespeare no registre, pasión que no analice, repliegue del alma que no escudriñe.

Marco Antonio, frente al populacho y al lado del emperador yacente y ensangrentado, vacilante entre la ambición y la lealtad, exclama: “No es que quiera a Roma menos; es que quiero a César más”.

Ricardo III, compendia cinco siglos de iniquidades inauditas que Shakespeare perenniza en nueve dramas históricos. La barbarie medieval es llevada por los británicos al paroxismo. Tiempos semejantes a los nuestros en que el mundo parece “salirse de sus goznes”.

Hamlet encarna la duda del hombre moderno. No es la duda cartesiana que conduce a la verdad. Es la duda absoluta y estéril que paraliza al hombre de pensamiento y lo hace enemigo de la acción... Fortimbrás que no pronuncia ningún monólogo, que apenas habla, le arrebata el poder de un solo golpe.

Shylock, la avaricia, aparece con su candelabro de siete brazos para hacer la apología del dinero, “la cosa más vil que nos domina a todos”.

El amor, “cuyo alimento es la música y es más fuerte que la muerte”, alcanza su máxima expresión en el balcón de Verona y en el lecho no usurpado de Desdémona. Más que la desbordante pasión juvenil de Romeo y Julieta, nos conmueve la angustia del hombre maduro, de Otelo, víctima del lento y sutil veneno de los celos.

Atrae la brutal y estridente carcajada de Falstaff, bufón universal. Pertenece a la laya de los cafres imantados por los gobernantes de turno. Parecen pletóricos de vida pero son los parásitos de su propio vacío.

Macbeth nos muestra a qué grado de abyección puede llegar un hombre cuando se convierte en cera en manos de una mujer. Lady Macbeth, artista de la perfidia, a quien devora aún más el apetito de poder, hace de él un guiñapo, “una sombra que pasa”... un relato sin sentido contado por un idiota”.

Timón de Atenas pierde, con el poder y la fortuna, a sus amigos. Le ocurre lo que a todos los que vienen a menos en todas las épocas. Pero no se lamenta plañideramente. Lanza tonantes imprecaciones lapidarias acerca de la ingratitud humana. Los ecos los aprovecha Molière para su Misántropo.

La tempestad es el testamento de Shakespeare. Trasmutado en Próspero, es el patriarca que se aparta del mundo y el anacoreta que se refugia en la soledad de una isla. Pone una nota edénica en la obra de los amores de su hija Miranda y de Fernando. Tienen el encanto y la inocencia de los primeros amores en el amanecer del mundo. Intervienen dos personajes fabulosos: Ariel, figura aérea que simboliza la alada sutileza, y Calibán que, hincando sus patas en la gleba, encarna lo grávido y lo torvo...

Hay, además, un personaje secundario, sin nombre. Entra dos o tres veces a escena. Y una y otra vez, con impertinente reiteración, pronuncia estas dos únicas palabras: “Quiero comer”... He ahí al hombre de Marx.


El mundo de Shakespeare, lleno de color, multiforme, proteico, se desmorona. Sobre sus ruinas Marx levanta el monumento al vientre desconocido. Todos los personajes de Shakespeare se desvanecen: son proletarios o burgueses. El hombre, cuya meta es el infinito, sale de manos de Marx convertido en nada más que en un bípedo con gaznate. El estómago se encarga de incubar las revoluciones; y la violencia, de desencadenarlas. Ciego y antihistórico empecinamiento de retrotraer milenios. De volver, a través de la horda, a la grey.

La cosmovisión de Marx tal vez tiene su origen en las vicisitudes de su raza. El pueblo de los éxodos y de las diásporas, perennemente errante y disperso, desencantado de su mesías que nunca llega, busca desesperadamente una fijación, un anclaje. Marx, que no ha previsto la solución geográfica de Israel, forja para ofrecerle a su pueblo y a la humanidad, como un presente griego, la pesada ancla del materialismo histórico y dialéctico.

No, no es la vía marxista el camino que se abre a los pueblos del Hemisferio Sur, agobiados por la pobreza y la miseria. La clave para estos pueblos la hallamos en Shakespeare. En uno de sus dramas respecto a un viejo monarca ciego que, cerca de la muerte, descubre la verdad.

A los contemporáneos de Shakespeare les place jurar “por los dientes de Dios”; él apenas se refiere a El. No es hombre de perogrulladas. Sabe que está a la vista. Que lo encontramos al paso. Que nos tropezamos con El: en la belleza de cada paisaje o en el fondo de los ojos de cada mujer.

En la escena cuarta del tercer acto del Rey Lear, recién nos damos cuenta de que Shakespeare había llevado siempre a Dios adentro... El anciano monarca agoniza... Ha llegado, a través del propio dolor, hasta el dolor ajeno... Ha sentido por primera vez la angustia de los miserables, de los indigentes, de los que se cubren apenas con sus “andrajos agujereados”.

Goethe, en el lecho de muerte, exclama: “Luz, más luz”. A Lear lo inunda la luz. A su bufón, que se muere de frío, le dice: “Un pedazo de mi corazón sufre también por ti”.

El rey Lear está “herido de los sesos”. Shakespeare elige, frente a todas las alienaciones, la locura de la Cruz.



El Comercio, 24 de junio de 1976

Las vicuñas



Serpentea el camino entre quebradas y abismos. Trepamos en menos de tres horas desde Nazca hasta Pampa Galeras, a 4,000 m. De altura. Allí viven y moran las vicuñas. Es su habitat.

No suelen reunirse en grandes concentraciones, como los hombres a veces tienen que hacerlo. No tienen vocación de grey. Les place caminar, con inimitable donaire, en grupos pequeños.

Las contemplo a mis anchas. Son gráciles y leves. Huidizas. Muy ágiles y finas. Tienen la mirada fría, triste, con fugaces relampagueos cuando algo las asusta. La piel de la vicuña, más suave que la seda, es sólo comparable a la piel de una mujer. Sus cuellos son esbeltos y muy largos, como en los cuadros de El Greco o de Modigliani. A manera de periscopio les sirven para descubrir al enemigo en acecho. El principal: El hombre. Más temible que el puma y más sutil que el zorro, el hombre, aguijoneado por el afán de lucro, casi logra extinguir la especie. Hace 10 años, quedaban apenas 600. Hoy, gracias a la reserva y a un plan de trabajo bien estructurado, hay 23,000. Argentina, Bolivia y Chile, en conjunto, no tienen ni el 15%.

Impera entre las vicuñas un régimen de poligamia de jure, como en Oriente. Cada macho dispone de cuatro hembras. Exactamente el límite de mujeres que establece el Corán.

Los machos de la nueva generación, abandonados a su suerte desde que nacen, soportan el celibato hasta cumplir tres años. A partir de entonces reclaman sus derechos vulnerados. Comienza la pelea por el amor. La pujanza del instinto recién nacido, unido a la juventud, les asegura la victoria. No le quitan las cuatro hembras al macho maduro y vencido. Le dejan una, por conmiseración o por respeto.

El combate que tiene el idilio por galardón, dura a veces hasta tres días. Como el abrazo de amor de las ballenas: comienza en gélidas aguas nórdicas y termina en tibios mares tropicales.

La verdad poética y la verdad científica rara vez congenian. Cuando Chocano describe la puna como “una inmensidad deshabitada”, desconoce por completo la realidad. Así nos lo confirma un biólogo peruano, de apellido Venero, cordial y muy versado. Ante nuestra mirada absorta, despliega cajas y más cajas, cubiertas por lunas, en las que vemos, prendidos con alfileres, cientos de insectos, mariposas, coleópteros. Estuches con huevos de todos los colores y tamaños. Aves disecadas de una rara belleza. En otro recinto, plantas y flores nunca vistas. Tan rica como la fauna es la flora. Todo esto debidamente clasificado y prontuariado. Se trata de un estudio serio para dominar el medio ecológico de la vicuña.

La variedad e infinitud del cosmos sólo tiene parangón con la infinitud y diversidad de anhelos, motivaciones, ideales que palpitan en el alma del hombre. Sin embargo, tengo la impresión de haber visto en las cajas dos hombres transformados por Kafka en insectos. Uno, sujeto por el sexo con un alfiler de Freud. El otro, cavernariamente detenido en el vientre y en la lucha por un clavo de Marx.

Nos disponemos a descender. Nos ha acompañado en la excursión, a mi mujer y a mí, un hombre joven y recio de setenta años: Don Ismael Elías. Derecho, por fuera y por dentro, como las líneas de Nazca.

Don Ismael nos hace saber un hecho que nos indigna. En Pampa Galeras, donde la temperatura llega en las noches a 15º bajo cero, las casa de los expertos extranjeros tienen calefacción; la de los profesionales peruanos, no.

Libres de fobias, incluyendo la xenofobia, creemos los tres que todos los pueblos y todas las razas pueden y deben convivir unidos. “como se unen, en un rayo de sol, todos los colores.”






El Comercio, 30 de junio de 1976




Los ciegos de lazarillos

Déjalos: son ciegos guiados por ciegos; en verdad, cuando un ciego conduce a otro, ambos han de precipitarse en el barranco".

Esta parábola del Evangelio según San Mateo, sobrecoge a Bruegel hace cuatro siglos y la hace plástica en el lienzo más patético, más desgarrador, más alucinante de toda la historia de la pintura, desde que comienza a balbucear el arte en las cuevas de Altamira.

En el cuadro, aparecen en primer plano seis mendigos invidentes, destacados sobre la indiferencia de un paisaje impasible. Simbolizan esa parte mayoritaria de la humanidad baldada y doliente que se ha dado en llamar en nuestros tiempos "el Tercer Mundo". Entrelazados por sus báculos y por sus brazos, van bajando los invidentes una pendiente. El primero, que oficia temerariamente de lazarillo, cae de espaldas en una ciénaga y es evidente que los que le siguen van a precipitarse igualmente obedeciendo a la fatalidad de un destino solidario.

Es exactamente lo que propone nuestro primer Vicepresidente de la República, en su condición de candidato a la Presidencia, como programa de gobierno: "el intercambio de misiones técnicas entre los países subdesarrollados".

La primera podría ser la de Haití y venir presidida por Papá Doc, para la reforma de nuestro sistema policial. Podría organizarse un cuerpo altamente eficiente que usara los métodos persuasivos de los "Tontons Macoute", a fin de suprimir la inquietud universitaria y extirpar la disidencia política.

Luego podría venir una delegación de Biafra o de Nigeria, para enseñarles a algunas de nuestras tribus selváticas, el tiempo exacto de cocción que deben tener los niños que primero matan y luego engullen, a fin de que mejoren sus recetas culinarias.

Para estudiar la mejor y más técnica aplicación de la ley de Parkington, podría venir una misión del Uruguay y así podríamos acelerar la multiplicación de nuestra burocracia.

Con el fin de reducir nuestra población andina, una misión de la India podría asesorarnos sobre los métodos que emplean para lograr la esterilización voluntaria.

De algunos países del sudeste de Asia, podría venir una delegación de bonzos escogidos, a fin de que hagan ver a nuestros sacerdotes que sus pronunciamientos arrojan menos luz que las antorchas humanas.

Y en el caso de que sus honorarios no fueran muy altos, podríamos contratar a Kubitschek para que construyera, en el corazón mismo de nuestra montaña, la Megalópolis del futuro, diseñada por los mejores arquitectos del mundo...

Mientras los hombres que pretenden regir los destinos del país, vuelvan las espaldas a la revolución científica y tecnológica sin precedentes que está en marcha y que está cambiando la faz del mundo;

Mientras los falsos nacionalismos, creados por el comunismo encubierto, por el pecado de soberbia o por el atraso mental, impongan la tesis que sostiene que es "parcelar el Perú" aprovechar la concurrencia de capitales y técnicos de las naciones de vanguardia;

Mientras nuestras universidades, detenidas en el estereotipo del Convictorio de San Carlos, no se transformen radicalmente para que, en lugar de arrojar a la palestra política tinterillos, agitadores y leguleyos, creen para el campo del trabajo constructivo científicos, ingenieros, empresarios y tecnólogos;

Mientras subsistan los odios estériles y pueblerinos entre los partidos con historia y las instituciones tutelares y se alimenten las fobias entre un Pedro y un Luis;

Mientras tengamos poetas por gobernantes y filósofos por ministros y sean prácticamente sinónimos de vanidad y funcionarismo;

Mientras las izquierdas embozadas o no, traben el libre juego de la dialéctica creadora por excelencia: crecimiento-justicia;

Mientras todo esto ocurra, llegará el año 2,000 y, al igual que en la parábola de San Mateo o en el cuadro de Bruegel, el Perú seguirá, con o sin banco de oro, formando en la fila de los mendigos invidentes, encadenado en la zaga con algún otro pueblo de América Latina, del Mundo Árabe o del África Negra.

Correo, 5 de agosto de 1968

La tercera mujer


Raros exponentes del eterno femenino ejercen esporádicamente el poder... Isabel, Victoria, Margaret. La primera forja y la segunda expande un imperio. La tercera, Bismark con faldas, encarna un anacronismo. Igual que a los seiscientos, lanza sus huestes a la carga en el sentido contrario de la historia. Ignora olímpicamente el rumbo Oeste-Este que marca la brújula y hace recorrer miles de millas hombres, barcos y aviones en dirección Norte-Sur. No va en busca de gloria al encuentro de una armada invencible. Sus designios hacen rememorar el oprobio de la guerra contra los boers y la vergüenza de la guerra del opio. Es sueño de opio pretender reimplantar, en los albores del siglo XXI, el colonialismo.

En esta tragedia de errores cuya proyección es imprevisible, la defección del coloso del Norte no tiene calificativo: niegan a Monroe, vulneran el tratado que ellos mismos propician y alientan la nostalgia de la dama férrea por revivir un pasado de pueblos de presa.

En la medida que la América verdaderamente nuestra que cree en el valor de los principios sea capaz de unirse en un solo latido, el Dos de Abril se inscribirá en la historia como la reedición del Dos de Mayo. La patria del "santo de la espada" –creador de naciones, quedará incólume– "por la justicia de su causa que Dios defiende".



El Observador, 28 de mayo de 1982


Vigencia de “la carrera de indias”

Se inicia por el siglo XVI. Del Perú y de Méjico (únicos pueblos que entonces cuentan en el suelo americano), zarpan los galeones cuajados de oro y plata hacia Sevilla. En medio siglo, se llevan doscientas toneladas. Más de lo que Europa obtiene desde la Antigüedad. Pese a la cuantía de los metales preciosos de Incas y de Aztecas, o tal vez por la molicie que la riqueza ajena produce en los hidalgos, el imperio donde no se pone el sol, tras Felipe II, comienza a declinar. No le ocurre igual a gentes insulares de otra idiosincrasia. Drake y Raleigh, piratas hechos Lores, toman una parte del botín. Pero esa parte les basta, puesta al interés compuesto de trescientos años, para llevar a cabo una doble proeza: financiar una revolución industrial y crear un nuevo imperio. Estas dos actitudes contrapuestas de pueblos disímiles, explican por qué la aventura del Mayflower es un éxito y por qué es todavía promesa incumplida la primigenia hazaña de las Tres Carabelas...

La antinomia que separa a las dos Américas, alcanza dimensión planetaria en la pugna Norte-Sur. Entre el hemisferio de los productores primarios y el de los artífices de manufacturas, continúa vigente “la carrera de Indias”. No es ya solamente Sevilla sino cien los puertos de destino. Demora días y no meses la travesía de los barcos. El oro y la plata, disminuido un tanto su mágico prestigio, cambian de lugar menos ostensiblemente o cambian de nombre sin necesidad de desplazarse entre bóvedas de Bancos. Son las naciones del Norte las que regulan e imponen los términos del intercambio. El hemisferio austral (complejos latinoamericano y afro-asiático), teñido durante siglos en los mapas con los colores europeos, tiene que entregar cada vez más azúcar, más algodón, más cobre, para comprar un tractor. A fin de equilibrar el notorio y desquiciante deterioro de los precios, los países de desarrollo incipiente reciben de los industrializados préstamos compensatorios. Los criterios para otorgarlos no varían: proximidad geográfica, esfera de influencia, economía complementaria, obsecuencia. Apenas pesa en las entidades rectoras la idea de un nuevo ordenamiento diseñado para establecer un comercio internacional equitativo.

Las dos naciones que por ahora ocupan el primer plano en el mundo, aunque diametralmente opuestas en lo que atañe a ideologías, frecuentemente coinciden por intereses comunes, en actitudes similares e idénticos comportamientos. Proceden a veces a manera de agencias internacionales para el fomento de la subversión y el subdesarrollo. Calificar a los personeros de esas naciones de Shyloks, implicaría usar una hipérbole para dramatizar. Pero no cabe duda que tienen la psicología de los jugadores de póker. Su objetivo es llevarse todas las fichas de la mesa. Cuando ofician de paladines de los derechos humanos, nadie deja de percibir el “bluff”.

Las naciones de bajo nivel de desarrollo, son altivas. No aceptan dádivas. Que lo entiendan bien yanquis y soviéticos: se trata de reestructurar, no de condonar la deuda... La problemática no reside tanto en las mismas materias primas cuanto en la capacidad de los hombres para defenderlas y para transformarlas. Nuestro pasado es aleccionador. Perdemos el salitre porque es desoída la profética admonición de Castilla. Perdemos el guano porque en nuestro “affaire Dreyffus” falta el vibrante “Yo acuso” de un Zolá. Estamos a punto de perder la harina de pescado, sabe Dios por qué. Tal vez por el desaliento de los oceanógrafos al constatar que aún seguimos premiando, por partida triple, a los poetas.

La receta es producir más. Principalmente, alimentos. Incrementar acelerada y geo-métricamente las exportaciones no tradicionales. Poner iniciativa, técnica (importada o autóctona), imaginación, ingenio, con el fin de alcanzar el máximo posible de valores agregados. Exportemos desde bolicheras hasta toritos de Pucará.

Es factible superar la crisis. A base de nervio, de garra, de indesmayable espíritu de empresa. Se trata de encender la mecha de este pueblo que fue grande. De este pueblo que sufre y espera. Espera recibir el fuego sagrado de hombres osados, limpios, “gigantes del esfuerzo y del trabajo”... Los reconocerá porque llevan marcados en la frente los surcos que deja el dolor de una genuina y honda convivencia humana. Hombres capaces de convertirse en titanes para devolverle al Perú su perdida y legítima grandeza. Capaces hasta de mover los Andes y cambiar el curso de las dos corrientes. Pero capaces también de llorar cuando piensan y sienten, en los tuétanos del alma, que cada diez minutos muere un niño de inanición en esta bendita pero compleja tierra nuestra.



El Comercio, 19 de marzo de 1978

Castilla, Santa Cruz, Portales

Por su extensión, los del viejo continente parecen países de bolsillo. A los de esta parte de América, donde laten la inmensidad y el futuro, hay que domarlos como a potros salvajes. Tal vez Hegel tiene razón y el pensamiento, igual que el búho, sólo llega al atardecer. Aún no habría sonado la hora de los intelectuales y de los artistas. Estas tierras vírgenes, ansiosamente esperan la coyunda con los "gigantes del esfuerzo y del trabajo".

A esta rara estirpe pertenece Castilla, el soldado de las intuiciones sorprendentes. Antes que Lincoln, manumite al esclavo y libera al indio del tributo. Adivina que las naciones se forman por incorporación y no permite que ninguno de los elementos raciales se disgregue. Somete el caos "a ordenación y a ley". Se sitúa más allá de las facciones y logra reunir al que se ha llamado por antonomasia el gabinete de la inteligencia. Crea la escuadra más poderosa del Pacífico y coloca al Perú en el primer plano de América. Rivaliza con el otro Libertador en vocación anfictiónica y, a grandes rasgos, esboza el Pacto Andino. A la hora de morir, al pie de su caballo, en su entonces yerma tierra tarapaqueña, tal vez una congoja agobia al porfiado aventurero de la grandeza y del derecho: el temor de que su certera profecía admonitoria sea echada en saco roto ("cuando Chile compre un barco el Perú debe comprar dos").

Otro mestizo insigne, Santa Cruz, no le va muy a la zaga. Comienza por sacar a su país de la bancarrota. Siembra escuelas y universidades. Reorganiza el ejército. Contra todas las miopías, rompe la visión de campanario. Da al Perú y a Bolivia -según expresión de Basadre- "lo que casi invariablemente falta en la historia republicana: la ilusión de lo grande y el ensueño de construir". Santa Cruz representa la antítesis del binomio Melgarejo-Daza, gobernantes ladinos que prefiguran Macondo y justifican a la Reina Victoria.

Castilla comete un grave error político: se opone a la Confederación, Santa Cruz, un craso error militar: no liquida en Parcaupata, cuando puede, el ejército de Blanco Encalada. Yerro imperdonable, porque tras Blanco Encalada viene Bulnes. Y tras Bulnes, vienen Balmaceda, Lynch, y todos los demás. Y continuarán viniendo mientras sigamos desunidos y creyendo ingenuamente que los elementos de defensa pueden ser sustituidos por aliados hipotéticos o aliados insolventes. Al venir, no hacen otra cosa que obedecer ciegamente al mandato del tercer hombre de este enfoque: Portales.

Portales es el primer empresario que, en estas latitudes, llega a mandar. Le apasionan las mujeres y los caballos, la zamacueca y el poder. Le aburren y trata despectivamente a los "pelucones" (equivalentes a nuestros civilistas), pero no les rompe el espinazo. Los utiliza. Y usa al clero y a los militares. Le interesan sólo como insumos para el producto final: la hegemonía. Y con la hegemonía, la expansión y el espacio vital. Chile es una franja larga, angosta y pobre, salvo el valle central. Cuando "el roto pone la cabeza en los Andes, los pies le llegan al mar". Portales convierte esta estrecha franja en una espada y la cuelga al cinto del sub-continente. Tiene dos opciones: blandirla sobre la Patagonia y las islas que poseen la llave del Atlántico, o, en todo caso, sobre nuestros departamentos del Sur.

No es tarea difícil para Portales. Toda la historia de Chile, desde la indómita Araucanía, es el desarrollo de una ópera wagneriana a la que agregan los acordes de la marcha de Yungay. Descubierto el objetivo permanente, la que llaman guerra del guano y del salitre, deviene episódica y accidental. La combinación fortuita, en un momento dado, de dos imperialismos: el británico y el chileno. Sólo debe importarnos el leit-motiv, el substratum. Aun una mente tan lúcida como la de Mariátegui no llega a ver claro porque la tiene aprisionada por la prótesis del marxismo. La infraestructura económica (piedra filosofal para ellos) queda relegada, difuminada en simple telón de fondo. Lo que aparece en el primer plano no es otra cosa que "un pueblo homogéneo, disciplinado, tenaz", que hace gala de un exacerbado orgullo nacional y que tozudamente ha incorporado la fuerza a su escudo y a sus designios.

La estrella solitaria que rompe en el pasado el tratado frente a España, abandona con igual arrogancia el Pacto Andino.

Las conquistas materiales no les bastan. También de nuestros valores quieren despojarnos. A Grau, cuyo heroísmo ni siquiera Carlyle hubiera podido describir en su medida justa; a Grau, que encarna el hombre de Kant porque cada acto de su vida puede elevarse a norma universal; a Grau, que representa para nosotros "lo más sagrado del altar" le atribuyen sangre gran-colombiana.

Una voluminosa novela histórica (Adiós al Séptimo de Línea), que cubre toda la guerra del 79, ha alcanzado en el vecino país del Sur más ediciones que ningún otro libro. Incidentalmente relata los amores de una seductora espía chilena y un general peruano entre dos edades, pero tiene el propósito fundamental de exaltar las virtudes guerreras del "invencible" soldado chileno. Escrita en forma sencilla y didáctica, sin las fulguraciones estilísticas de la saga de Thorndike, ha sido vertida a tiras ilustradas. La Unicef debería impedir que los traficantes de la guerra envenenen el alma de los niños.

Sobre el Morro legendario, no han erigido un Cristo. En su lugar, habría un soldado en bronce con esta inscripción: "Mira siempre hacia el Norte".

Al edificio público más importante de Santiago (después de la Moneda) le han cambiado de nombre. Ya no se llama Gabriela Mistral (que trajo al mundo la belleza "sombra de Dios en el Universo"). Ahora se llama Diego Portales (símbolo de la expansión, cuyo obligado correlato va desde el cobre hasta el uranio).

Los doce intelectuales y artistas que han pretendido homologar los efectos y las motivaciones de la guerra de hace cien años, han lanzado a nuestro juicio un pronunciamiento desde el limbo. Creemos sin embargo que, si el destino trazara nuevamente una línea definitoria sobre alguna ignota isla bélica del absurdo, ellos también, emulando a "los doce de la fama", no vacilarían en pasar por el infierno para encontrar el camino de la gloria.

Artistas o no, intelectuales o no, absolutamente todos, debemos luchar indesmayable, denodadamente por la paz, matriz de nuestro impostergable desarrollo. Pero, eso sí, con los ojos abiertos.


La Prensa, 15 de enero de 1980

Una posta histórica

Javier... Jorge... Manuel... Los Prado saben que tienen una cita con la historia. Y, uno a uno, por mandato ineludible de la sangre, los tres acuden a la cita.

El primero en la posta es Javier. Representa la excelsitud. Es un Brummell que seduce fácilmente a Charis. Posee todos los dones. Su inteligencia preclara obtiene un premio de los dioses: una llave maestra que le abre de par en par todas las puertas de la cultura y del humanismo. Como es semejante a ellos, no llega al poder, porque los dioses desconocen las intrigas de los hombres.

Luego sigue Jorge. Se diría que es un gladiador que desafía a las fieras en el circo romano. Una tarde, entra a la Plaza 2 de Mayo en carro descubierto. Lo reciben a sangre y fuego. Mientras silban las balas, él continúa imperturbable. Pero tampoco llega, porque el valor no basta.

El último relevo es Manuel. Aprende taumaturgia en una academia criolla. Se doctora en ciencias políticas exactas y conoce radiográficamente tanto las virtudes como las debilidades de los hombres. Es una especie de Maquiavello reencarnado en los trópicos. Con tal bagaje, él sí llega a la meta. Se da el lujo de romper dos veces la cinta del destino. La primera, el 39, por el escamoteo de un hombre; la segunda, el 56, por el escamoteo de un partido.

Pero el político nato que utiliza por igual a amigos y a enemigos, es superado por el hombre. Por el hombre que tiene “una misión sagrada que cumplir”. Ante ella, su existencia misma no cuenta. Es el romántico que se entrega plenamente a la reivindicación de dos seres: el hombre que le dio la vida y la mujer que le da la vida.

A fin de lograrlo, no se detiene ante nada. En el primer caso, rectifica la conciencia histórica de un pueblo. En el segundo, sacude la conciencia religiosa de una Nación.

Borra del reverso de la medalla la leyenda negra del 79, y deja en el anverso únicamente, la efemérides épica: el 2 de Mayo.

En cuanto a ella, la pasea en triunfo por las capitales de Europa, América y Asia. Va como su acompañante. Quiere sentir la fruición íntima de presenciar cómo los pueblos de la Tierra le rinden pleitesía.

Para el Gobernante, la medalla del Congreso.

Para el hombre, para el romántico, otra medalla con otra inscripción: Por su estirpe y por su dama.

Correo, 19 de agosto de 1968

Lía Lavalle de Ledgard

Le viene de Córdoba el embrujo de su estampa morena. Recibe a raudales la belleza y el temple de la tierra nuestra. Tiene porte y majestad de reina.

Pero aun tales dones los realza. Los transfigura por vocación en sencillez. En gracia serena. En encendida solidaridad que enhebra, silenciosamente, clases y colores. El cristianismo se hace transparente, por afinidad de lozanías, en la verdad de su rostro y en la verdad de su vida.

Ninguna actividad creadora, espiritual o física, le es ajena: Amazona; la apasionan los deportes del mar, periodista de diáfana prosa; maestra en la difícil conciliación de la espontaneidad y la compostura, enseña a las jóvenes las artes olvidadas del buen decir y del bien vestir, porque no es la elegancia un cartel del dinero. Intenta en vano ocultar su labor social infatigable. No hay en Chaclacayo obra de bien que no lleve impresas sus huellas digitales. Ni existe rincón humilde que desdeñen sus manos de sembradora. En tiempos recientes, acalla el propio dolor para aliviar el ajeno.

Pocas mujeres salen airosas de la prueba de fuego de Benjamín Franklin. Según Franklin, si uno quiere enterarse de los vicios de una mujer no tiene sino que ensalzar sus virtudes frente a otra mujer. En una encuesta consultando uno y otro sexo unánimemente sería ungida Lía Lavalle de Ledgard, en el país del señorío y de las mujeres bellas, la más guapa y la más señora.

Carlos Ledgard y Lía Lavalle, en treintitrés años de simbiosis fecunda, se acercan al hogar ideal. Construyen con los materiales nobles del amor, del tesón y de la luz. De un lado hay energía, talento, genuina simpatía humana; del otro, sencillamente un hontanar de plenitudes.

Comete sin embargo un único pecado: acaparar la sal de la tierra. Pero dócil al atávico mandato la desparrama luego en todos los niveles. Cuando la fibra humana alcanza en las mujeres su más fina calidad; cuando al mismo tiempo, descubren el secreto de la armonía y toman al fin por asalto las ciudadelas del pensamiento y de la acción; cuando logran establecer el equilibrio entre la dimensión humana enaltecida y “la divina proporción”, entonces, sólo entonces, se convierten las mujeres en depositarias de la fe en el devenir: por todo lo que representan y porque prometen ser portadoras del hombre nuevo.

Las mujeres que pertenecen a esa especie rara, prefiguraciones de una era luminosa que vendrá, adquieren la naturaleza inmutable de los arquetipos. Ni decaen ni envejecen. Son –Lía y sus pares– inmarcesibles.

(Estas líneas, escritas en tiempo presente, no mencionan la palabra muerte. Es una ficción o una impostura. Las personas que valen, sobreviven. Cabal y esplendorosamente. Se les vuelve a ver en cada nueva primavera... al rozar tierra y cielo en fugaces planos de tangencia).

El Comercio, 2 de mayo de 1977

El gesto de Trujillo

Podemos tener o no afinidades con la mentalidad castrense. Podemos, los que hemos sido privados de lo que fue nuestro, no haber recuperado aún la serenidad requerida para enjuiciar el actual proceso de cambios en su exacta perspectiva. Podemos poner el énfasis sobre los aciertos o sobre los yerros de la revolución en marcha.

Pero lo que no podemos hacer, si tenemos los corazones bien puestos, es dejar de vibrar ante la suprema belleza del gesto de Trujillo.

Las palabras del General Francisco Morales Bermúdez, invocando el olvido precisamente en el lugar donde fue vertida la sangre de su padre, perdurarán indeleblemente entre las más nobles, generosas y fecundas que se hayan pronunciado jamás en el curso de nuestra historia.

Lo honran como gobernante. Lo enaltecen como hombre. Lo autentican como cristiano.


El Comercio, 4 de mayo de 1976

Nuestros energúmenos


Tres regiones... Tres lenguas... Tres múltiplos étnicos.

Tres avatares: el rebaño socialista del Incario, sin escritura y sin rueda, pero con garra imperial... el fecundo aluvión hispánico... La República, suprema aventura del mestizaje.

El signo triádico de nuestra cultura es el signo de la varonía. Pero varonía entendida, sentida y resentida, como canibalismo. Como expresión de subcultura.

El eje de las tres coordenadas de nuestra historia es el fratricidio. O consumado o latente. Desde Huáscar y Atahualpa hasta Manuel y Edgardo.

Este último, legítimo heredero de nuestro "pathos" incurable pronuncia, refiriéndose a la Coalición, estas palabras nefandas: "Señores, se han unido los ladrones y los asesinos"... La descarga del odio no se detiene ni ante el vínculo sagrado de la sangre.

Entre nosotros, la capacidad de odiar sin medida otorga preeminencia y establece jerarquías. Porque no es este señor el único energúmeno que aspira a representar a la Nación. Hay otro candidato a la Presidencia de la República y es también un epónimo exponente del jacobinismo.

Se trata del panegirista de Guevara y detractor de las Fuerzas Armadas. Como un nuevo señor de horca y cuchillo, tiene el propósito sincero, según lo ha expresado públicamente, de acorralar a la derecha, de reducirla a su última expresión y de asestarle luego, con férvido espíritu cristiano, el golpe de gracia.

Los hombres que producen y que luchan, ¿permanecerán como siempre con los brazos cruzados en espera de poner sus cabezas, resignadamente, en la guillotina que se está montando?...

O se producirá por fin una reacción nunca tardía de los hombres apolíticos, prácticos y honestos, capaces y lacónicos que respalden una revolución de empresarios audaces, si no para tomar Palacio, por lo menos para colgar a la entrada un letrero premonitorio: Prohibido el ingreso de los demagogos, de los energúmenos y de los poetas...


Correo, 17 de julio de 1968

Contrapunto


El subdesarrollo de un país está en razón directa de su incapacidad para superar anacronismos... En lugar de premiar a un oceanógrafo, a un geólogo, a un econome-trista, se entregan tres premios nacionales de cultura a literatos... Tras largos años, se abre la televisión a la civilidad. Los civiles se despedazan entre ellos. Convierten la televisión en circo romano... O más bien, en coliseo de gallos, dedicados a las peleas intestinas a pico, desdeñan posibles peleas a navaja, provocadas desde el exterior... Los ambulantes callejeros sustraen a la circulación, bajo los colchones, miles de millones de soles; los ambulantes cosmopolitas alejan unas cuantas centenas de millones de dólares de la economía, “terra incógnita” de nuestros gobernantes... Nadie duda que tenemos gigantes encadenados a los trópicos. Aspiran al grado 33 en una francmasonería “sui géneris”, de antigua raigambre en el Perú: la francma-sonería de las pasiones...

En contraste, un hombre sencillo y sereno, médico y locutor, proyecta en la pequeña pantalla, sin proponérselo, la imagen exacta de la sindéresis y del señorío. Ernesto García Calderón pertenece a la estirpe de los que entregan a los demás, a manera de un presente cotidiano, el testimonio de su propia ejemplaridad.

No hay cruzada de bien social a la que se sustraiga. Aporta su entusiasta circunspección; su inagotable vigor insospechado; su diáfana y templada simpatía; su permanente actitud reflexiva que genera confianza y credibilidad.

Con él, la muerte ha tenido una victoria de Pirro. Seguiremos viendo en la pequeña pantalla a Ernesto García Calderón. Seguiremos escuchando su voz ya una vez resucitada. Por raro, no se borra fácilmente la imagen de un caballero.


El Comercio, 30 de enero de 1978

Augusto Villarán Duany

No tuvo vocación de asceta. Usó sus talentos para disfrutar y hacer disfrutar a los demás. Emanaban de su ser cálidas corrientes de simpatía y de entusiasmo. Pocos hombres han alcanzado en tan alto grado una capacidad tal de comunión humana: abierta, honda, limpia. Hacía participar a todos de su noble y rica personalidad de donador de alegría. Le sobraba vida. Fue, ante todo, un luchador. Siempre supo sin embargo que los verdaderos triunfos o fracasos dan sólo en el ágora interior. Dotado de una fina, clara, penetrante inteligencia, pudo ser un gran jurista o gran político. Pero, no obstante cultivar, abonar y destacar en ambos campos, optó por devenir un experto en el difícil arte de vivir hacia fuera, haciendo un culto de la amistad. Se deleitaba en ir retocando el color gris de tantas y tantas existencias, con sus vivas y personalísimas pinceladas color de rosa. Fue, para muchos, un gran restaurador.

Supo, en los últimos meses, que tenía a breve plazo una cita con la muerte. Y la esperaba serenamente. Valientemente.

Tenía tanto ángel que ha debido ser fácil su actual transformación. Lo imaginamos no en un lugar exclusivo sino en un lugar especial: Diciéndole un piropo picante, revestido de ingenio y elegancia, a una mujer que pasa... Ganándole al póker a cuatro o cinco sabios patriarcas... Resolviendo algún delicado problema humano con su humana clarividencia... Haciendo reventar de risa a graves puritanos contándoles, magistralmente, el cuento de García... Llevando a la mujer inolvidable que le dio la vida, tiernamente y emocionado por el reencuentro, a tomar el té cerca del mar...

El Comercio, 12 de abril de 1978